domingo, 29 de marzo de 2015

El club de la bota




Doce años antes de morir, Neruda vivió su segunda infancia. Entre jarras de cerveza dibujaba chanchitos en los bares de Valparaíso. Fotógrafo porteño lo retrató enfiestado.

Caía una suave llovizna sobre los cerros de Valparaíso esa tarde de junio cuando Pablo Neruda fundó el Club de la Bota.
Para ser admitido había que taparse los ojos con una servilleta de papel y dibujar a tientas un chanchito. No hablar de política, no presumir de inteligente ni pecar de tonto grave.
Sobre una mesa del desaparecido Bar Alemán, puso la enorme bota de cerveza con media docena de jarras y dictó a la escritora Sara Vial:
"Hoy, un grupo de insensatos, reunidos, pero no revueltos, decidieron fundar este club sin más objetivo que el de beberse la bota, numerosas veces y con la fruición necesaria".
Poetas, pintores y bohemios de las caracoladas calles de Valparaíso se prestaban al al juego.
Festivo, travieso como un niño de Temuco y en la plenitud de sus 57 años conoció a Neruda el fotógrafo porteño Rolando Rojas Bravo (66).
Tiene "averiada" la memoria para contar sus mil anécdotas pueriles, pero en imágenes blanquinegras el fotógrafo conserva intactos los perfiles del poeta.
Es autor de la fotografía oficial de su precandidatura a la presidencia en 1969. captó su sonrisa de Neptuno en la terraza de La Sebastiana; sus fiestas de disfraces en Isla Negra; sus veladas con Matilde, y sus ojos fijos en sus mascarones de proa.



También participó de las humoradas del Club de la Bota, entre otros, con Homero Arce, secretario de Neruda, y Gonzalo Losada, su editor. Se sentaban a la mesa los poetas Juvencio Valle y Patricia Tejeda; el artista Camilo Mori y su inolvidable Maruja. El médico Francisco Velasco y su mujer, la escultora Marie Martner. Y Elena Gómez de la Serna con su marido español, Arturo Lorenzo, ambos refugiados de la Guerra Civil por gracia de Neruda.
Sara Vial escribió el libro Neruda en Valparaíso con los recuerdos de estas tertulias.
Entre lomitos de cerdo y jarras de cerveza, el Premio Nobel recitaba su poema esdrújulo:
"Fue una tarde triste y pálida/ de su trabajo a la salida / pues esa mujer neurótica/ trabajaba en una botica..."
Doña Guillermina, la matrona germana dueña del bar, cerraba temprano. Seguían la fiesta en el Bavaria, que estaba al lado, o en el Pajarito, con su letrero "Chicha re100 llegada 5mpetencia".
Amanecían en el mar, en botes salvavidas agitando "estrellitas" para saludar a los moradores de los barcos.

El brujo

Desde la torre de La Sebastiana, Neruda espiaba el mar, día y noche, como un farero. Una fotografía de Rolando Rojas lo atrapó a contraluz con su gorra de capitán y los ojos perdidos en la lejanía de sus prismáticos.



En esa casa, del cerro Florida, ubicada detrás de un teatro naranja, le encantó su mundo de anticuario-poeta.
La llamó La Sebastiana, para honrar a su antiguo dueño Sebastián Collado, un español nacido en 1879 que "soñaba con destinar el tercer piso a pajarera. Y murió en 1940, sin cumplir su anhelo".
Allí ancló el poeta, como un pájaro. Y jugaba a los duendes en sus escaleras de la mañana a la noche.
Escribe en sus memorias: "en mi casa he reunido juguetes pequeños o grandes, sin los cuales no podría vivir".
La llenó de botellas de formas caprichosas, cofres de piratas, rosas de los vientos, tigres embalsamados, fonógrafos, grabados de veleros, lámparas de barcos, vasos irrepetibles, organillos, salamandras anochecidas y poemas.
Quería reconstituir las visiones de su infancia. Compró el caballo de tamaño natural que acariciaba a la salida del colegio en la Talabartería Francesa de Temuco.
Siempre esperaba baúles que venían por mar con nuevo tesoros. Unos pequeños regalos de sus amigos. Rolando Rojas le compraba libros y marinas en remates.
Después del terremoto de 1965, la enfermedad lo alejó un poco de La Sebastiana. Pasaba más tiempo en Isla Negra con Matilde y sus muñecas de proa. Amó con pasión esas estatuas de mujer desclavadas de los barcos que se hundieron, La Sirena, que venía del Sur; Cimbelyna, una novia que los marinos vieron mover los ojos y por miedo la enterraron en el desierto, un mes de julio. Dicen que Pablo la rescató.
Se miraba a los ojos largamente con la figura estática de María Celeste, su predilecta. "Llora lágrimas de verdad, en los inviernos", aseguró.
Para sus amigos, Neruda era un mago, un profeta.



Con un conjuro de sánscrito sanó a Rolando Rojas de una verruga del ojo. Y a Sara Vial le predijo en un soneto el nacimiento de sus dos hijas. Cuenta que descubría tréboles de cuatro hojas allí donde la hierba los hacía invisibles.
"¿Por qué nací misterioso?" ¿por qué crecí sin compañía?"
Nunca más quiso estar solo. Celebraba sus cumpleaños con alegres fiestas de disfraces. Y cada 12 de julio venían a saludarlo poetas de todo el orbe. Sara Vial apunta:
-He visto a pocas personas disfrutar como él en ocasiones parecidas... Bajo un gorro, enormes bigotes, chaqueta de corso y espada den la mano dirigía el pandero... Pancho Coloane, con su barba natural, parecía un bucanero de verdad.
Esos juegos molestaban a sus adversarios. Una vez declaró:
- A la gente le impresiona que me guste tener una casa, o dos casas, o más, aunque pueda comprármelas con mi dinero, ganado con mi trabajo, no podía haber ido muy lejos con la sola dieta de senador, habría enflaquecido un poco y eso tal vea habría sido bueno. Cuando me ven gordo, también me critican. ¿Puede un poeta gordo ser espiritual si le escribe al ajo, a las uvas, al caldillo de congrio? Les gustaba más cuando estaba cadavérico, a punto de enfermarme del pulmón. Me veían más romántico.
A fines de los 60 poco había en pie de sus años en Valparaíso. Demolieron el Bar Alemán; el Bavaria se hundió como un yate, y desapareció el Pajarito. Neruda en el hospital resistía las aplicaciones de cobalto.
Murió sobre el pecho de Matilde, un lunes 23 de septiembre de 1973 a las 10 y media de la noche. A la misma hora, la gran bota de cerámica -que estaba en casa de Sara Vial- rodó por el piso y estalló en mil pedazos.

                                               Fuente: Especiales El Mercurio


La piedra azul


Subiendo por le Cerro " Las Zorras", hoy Cerro O´Higgins y casi a medio camino, existe una quebrada formada por el escurrimiento de las aguas de las lluvias durante largos años.
Los pobladores, que habitaban la cumbre del cerro, acostumbraban tomar la "Quebrada" como un atajo que les permitiera acortar camino y llegar más rápidamente a sus hogares o a sus trabajos.
Todo ese lugar pertenecía a un vecino que se caracterizaba por ser avaro, pendenciero y antisocial. Tanto molestaba a los habitantes del cerro que optaron por circular calladamente para no despertar las iras del malhumorado propietario.
Cuentan los vecinos que un día , un famoso hierbatero, de los muchos que habitaban los cerros porteños en aquellos tiempos, con mucho de médico y de brujo, fue llamado para medicinar a un enfermo y debió pasar con su guía por la célebre quebrada. A poco caminar, apareció el avaro y los increpó duramente, amenazándolos con una enorme piedra.
El Curandero, hombre muy paciente, la respondió. "Tan como esa piedra azul terminarás tus días", y siguió su camino.
Pasó el tiempo y, el avaro, comenzó a sentir que el cuerpo le pesaba cada vez más y sus brazos y piernas ya no le obedecían . Los lugareños o veían pasar. Asombrados, recordando la maldición del Curandero.
Una tarde, a la entrada misma de la " Quebrada", los encontraron desmayado, curvado como un jorobadito, a punto de expirar.
Algunas almas caritativas trataron de levantarlo, pero tan pesado estaba que todos sus esfuerzos fueron inútiles. Vestía de azul y pesaba tanto como una verdadera roca. Así se cumplía la predicción del Curandero.
Al anochecer , al avaro, expiró y milagrosamente se alivianó su cuerpo, sólo entonces se le pudo transportar y brindar cristiana sepultura.
Los pobladores, que continuaron pasando por la "Quebrada", descubrieron un día que, en el mismo lugar donde falleciera el avaro, afloraba una piedra con manifiestos matices azules.
Día a día , y sin que nadie participara en ello, la piedra surgía un poco más. Tanto asomó a la superficie, que los vecinos creyeron ver en la piedra el cuerpo inanimado del avaro.
Desde entonces se bautizó al atajo con el nombre de "Quebrada de la Piedra Azul" que aún sustenta.

                                                                               Fuente: Relatos y leyendas de Valparaíso

"Pancho", el otro nombre de Valparaíso



En el "Cerro Barón", perteneciente al Barrio "Almendral", se eleva la vetusta "Iglesia San Francisco", uno de los templos más antiguos, queridos y característicos de Valparaíso.
La historia nos cuenta que después de numerosos trámites y estudio se procedió a comprar las 14.000 varas de terreno que se necesitaban para la edificación del Convento franciscano que se componía de una casa de ejercicios, un claustro de dos pisos y una Iglesia. Esto sucedía en 1846, pero los franciscanos recién se trasladaron al nuevo edificio en 1851.
Los trabajos arquitectónicos de los edificios estuvieron a cargo de los padres: Diego Chuffa y Septimio Begamby.
El Templo posee un frontis de cal y ladrillo cuya construcción, posterior a la torre, se realizó en 1891. Todas las construcciones quedaron terminadas recién en 1893.
Su famosa torre, verdadero atalaya de la Iglesia, domina tosa la Ciudad y es visible desde todos los sectores del amplio anfiteatro que es nuestro puerto.
Los marinos la ubicaban desde lejos cuando sus naves recién dirigían sus proas hacia Valparaíso, valiéndose de la Torre de San Francisco como punto de referencia para enfilar sus embarcaciones. Ellos bautizaron por tercera vez a Valparaíso que comenzó llamándose "Quintil" antes de nominársele: Valparaíso.



Los marinos al divisar la rojiza torre de San Francisco exclamaban: allí está "San Francisco" y los menos devotos, pero más cordiales, decían : "Allá está Pancho".
Ese cariñoso nombre de "Pancho", fue repitiéndose y escuchado tan seguido y por tanto tiempo entre la marinería, entre la oficialidad y entre la población, que echó raíces populares entre los habitantes que aceptan este " sobrenombre" con cierto agrado, con infantil delicia.
Así, de pronto, sin que nadie pueda decir desde cuándo, "PANCHO" pasó a constituirse en el tercero y, a veces, único nombre de Valparaíso.
La torre de la "Iglesia San Francisco" del cerro Barón, de más de cuarenta metros de altura, fue durante muchos años el único faro existente para las naves que ingresaban a la bahía porteña. Su campanario posee tres grandes campanas que miden 1,40 metros de diámetro. Están montadas en gruesos caballetes de madera y cada uno de sus Badajoz pesa alrededor de cien kilos.



Este longevo templo, sigue siendo un verdadero atalaya que se eleva hacia lo alto, destacando su presencia como una mano amiga ofrecida por Valparaíso a los turistas y viajeros que arriban a sus lares por tierra o por las azules aguas del Pacífico.


                                                                               Fuente: Relatos y leyendas de Valparaíso

El apostol de Valparaiso


El 11 de Diciembre de 1827, el hermano franciscano Fray Andrés Caro se embarca hacia Valparaíso en la Goleta "Sir Tinxian", desde el puerto de Cobija, al que arriba después de dos semanas de navegación.
Fray Andrés, se había desempeñado durante 30 años como misionero en Bolivia. Venía de regreso a su "Granada" (España) en donde había nacido el 30 de Enero de 1769. En Valparaíso, debía esperar la llegada de algún buque en tránsito a Europa, pues en esos años no existían los actuales itinerarios.
Finalmente , arribó "El cometa", un barco que venía en malas condiciones, cuyo destino era el viejo continente. Tanto era el afán de llegar a su tierra natal, que , Fray Andrés, hizo caso omiso a las averías del navío y se embarcó en él.
No había navegado mucho "El cometa", cuando sufrió la abertura del caso. El capitán se desesperó creyéndolo perdido, pero el santo hermano se acercó a él pidiéndole que pusiera proa al norte rumbo a Valparaíso.
El cometa logró arribar a Valparaíso donde no pudo ser reparado y debió rematarse. Fray Andrés pensó, entonces, que su salvación y la de los tripulantes era un verdadero milagro y que había sido Dios quien había permitido su salvamento para que colaborara con las grandes necesidades religiosas que existían en el Puerto.
Fue así como comenzó una exitosa evangelización del lugar y fundó la Casa de Ejercicios del Cerro del Barón.



El religioso de constituyó en el consuelo de todos los enfermos. Nadie fallecía sin la atención de este Santo Apóstol de Valparaíso. Asía pasaron los años entre epidemias de Viruela y Escarlatina.
Para llegar a todos los enfermos que solicitaban su atención, viajaba en una destartalada carreta a través del accidentado relieve. Por aquél tiempo los enfermos de viruela eran conducidos hasta unas pobres chozas en el extramuros de Playa Ancha, donde se les abandonaba a su suerte, lejos de sus familiares. "Solo el Padre Cano no los abandonaba, era como un ángel de consuelo llevándoles auxilio para el alma y el cuerpo". Curaba a los valiorosos sin temor a sus erupciones pustulosas de las que extraía su pus. Nadie podía comprender cómo no se contagiaba con esa enfermedad tan infecciosa, sin contar con los acontecimientos y medicamentos necesarios, sólo con oraciones y acciones que eran más piadosas que científicas...
Todos creían que estaba asistido por Dios y que en esas convicción residía su seguridad en atender a los enfermos que ni sus propios familiares se arriesgarían a asistir.
Un halo de divinidad guiaba sus pasos transformándolo rápidamente en un ser casi sobrenatural, divino.



Tanto bien realizó el " Apóstol de Valparaíso" que la autoridad civil dispuso un bote que pudiera a cualquier hora del día, conducirlo entre "El Almendral" y "Playa Ancha".
Cuando envejeció, y ya no podía caminar, los fieles se disputaban el honor de conducirlo en sillita de manos. Durante 20 años sirvió a todos los necesitados del pueblo. El 18 de Junio de 1844, a la edad de 75 años, falleció siendo enterado de caridad, según consta en los correspondientes libros de la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro, actual Parroquia La Matriz de Jesucristo El Salvador.

                                                                  Fuente: Relatos y leyendas de Valparaíso

Luces viajeras del altar de La Matriz



La Iglesia La Matriz de Valparaíso, cuna de leyendas porteñas, contó entre sus muchos párrocos a don GUILLERMO RUIZ SANTANDER, santo varón que entre sus muchas labores, se dedicó a quitar el polvo a santos, altares, pinturas y habitaciones.
Desde aquel tiempo recomenzó a hablarse de las bondades de las pinturas que adornaban los muros de la Parroquia, de la valiosa talla del "Cristo Crucificado" y de los personajes y sacerdotes sepultados en los muros y en las bóvedas existentes bajo el altar mayor.
En su afán de limpieza, el párroco, los removió todo, hasta las antiquísimas calaveras deseminadas por todos los lados en el subsuelo, las que fueron exhumadas y reducidas a un espacio menor.
La limpieza general, las reducciones y los numerosos arreglos e innovaciones practicadas en la Iglesia y la Casa Parroquial fueron el motivo de extraños acontecimientos acaecidos durante el ejercicio como párroco de este sacerdote reformado.
Algunas personas, muy pocas, elegidas entre sus mejores amigos y feligreses comenzaron a producirse en todos los recintos de le Iglesia y la Casa Parroquial que el padre Ruiz frecuentaba o habitaba.
Justo a la medianoche, mientras el sacerdote se hallaba en su lecho, podía escuchar pasos de individuos que, sin prisa, paseaban por las habitaciones, cerrando y abriendo puertas y ventanas provocando gran estruendo. Cuando se trasladaba de una habitación a otra, adivinaba junto a él la presencia de seres invisibles que pasaban a su lado rozándolo o recibía su hálito, la gélida brisa que producía su presuroso pasar...
Decididamente: penaban abiertamente y esto podían constatarlo hasta terceros.
Mientras el párroco oficiaba misa dominical , algunos feligreses podían percatarse, atónitos, como recorrían el altar, lentamente, por su largo, ancho y alto, pequeñas lucecitas que nadie podía explicar. A veces, las lucecitas viajeras, provocaban el súbito apagón de un cirio o de todos los cirios de un candelabro sin que pudiera descubrirse el motivo.
El párroco comentaba el extraño suceso de las "luces viajeras" sólo cuando le comentaban o inquirían sobre ellas...¿Qué sucedía realmente? ¿ Cuál era la procedencia de esas luces? ¿ Por qué recorrían el altar sólo cuando el párroco oficiaba la misa dominical?
Nadie lo quería decir, pero todos pensaban que eran mensajes de ultratumba.
Solamente ante sus más cercanos amigos, el padre Ruiz, manifestaba: " las luces viajeras son un aviso indiscutible de mi próximos deceso.
Y en efecto, al poco tiempo de la desaparición de las "luces viajeras de la Iglesia La Matriz" el párroco don Guillermo Ruiz Santander, el innovador, fallecía.

                                                               Fuente: Relatos y leyendas de Valparaíso

El marino que encontró una iglesia



A fines del siglo XIX, un devoto marino español, de quien solo nos resta su apellido: Casanova, tuvo un premonitorio sueño que día a día se fue transformando en una obsesión.
Una noche, soñó que se le aparecía Jesús y le ordenaba buscar una iglesia blanca que sustentaba un gran crucifijo en su torre y allí hiciera penitencia hasta sus últimos días. Tuvo entonces, la exacta visión de la blanca iglesia con el crucifijo en la torre, tan claramente la vio que logró conocerla de memoria en sus más mínimos detalles.
Lentamente pasando los años, largos años de navegar y navegar en busca de la Iglesia de la visión en la que Jesús le ordenaba hacer penitencia. El Mediterráneo, el Atlántico y el Pacífico lo vieron pasar sin que le fuera posible encontrar la blanca Iglesia. En cierta ocasión, la nave en que trabajaba el marino español, recaló en el Puerto de Valparaíso, solo accidentalmente, y cual sería su sorpresa cuando durante una breve incursión por la ciudad en busca de provisiones, se encontró frente a frente con la soñada Iglesia.
Al verla, el marino cayó de hinojos visiblemente impresionado. Una fuerza misteriosa lo había puesto de rodillas y una luz blanquísima lo enceguecía haciéndolo dudar si estaba vivo o muerto, si había visto realmente su iglesia o si nuevamente soñaba. Poco a poco fue recuperando la vista, frente a él se elevaba grandiosa, la Iglesia Matriz de Jesucristo El Salvador de Valparaíso. Allí estaba sustentando, en su torre de madera, el gran Crucifijo que Jesús le indicara para reconocerla. Allí estaba, con sus albos muros y su gran techo de tejas rojas. Su peregrinaje había terminado.
No volvió al barco. Nadie logró convencerlo para que volviera a ocupar su puesto en la nave que lo esperaba en el puerto, la que, finalmente debió partir sin él.
Casanova se quedó en Valparaíso, extraño lugar que "soñara" en otro continente y que había rastreado a través de todos los mares y puertos. Felizmente, el marino español, además de su oficio, conocía el de zapatero y en una pequeña pieza, donde podía ver la fachada de "Su" Iglesia, comenzó a desempeñarse como remendón. Trabajaba duro todas las tardes y durante las mañanas -desde muy temprano- se dedicaba a hacer penitencia, orando tal como Jesús se lo ordenara en su sueño.
Un antiguo párroco de "La Matriz" recuerda haberlo visto -en sus años de seminarista- ingresar a la blanca Iglesia y dedicarse a su matutina penitencia. Años más tarde, Casanova, el marino español, exhibía una larga barba blanca y una espalda curvada por los años, aún así sobresalía entre los diarios penitentes de la Parroquia por su constancia y por el fervor de su rezo.
Esta es la humana historia de increíbles facetas, del marino español que encontró una iglesia.


                                                                               Fuente: Relatos y leyendas de Valparaíso

El Cristo que detuvo el mar

Corría el año 1688 cuando la costa chilena fue afectada por un fuerte sismo y numerosas salidas de mar. Valparaíso sufrió las consecuencias de un terremoto que aterró a tal punto a su población, que muchos corrieron a refugiarse en la Iglesia Matriz de Jesucristo El Salvador.



La gente se percató entonces, que el mar se había salido y avanzaba furioso por la ciudad, amenazando subir las últimas gradas de la Iglesia donde los damnificados rezaban bajo la dirección del Cura Velásquez de Covarrubias.
Ante el inminente avance de las salobres aguas, los feligreses solicitaron al Cura bajar el inmenso Crucifijo del Cristo Moribundo desde el altar en donde se le veneraba, a lo que Velásquez de Covarrubias accedió.
Cuando los feligreses bajaron el Crucifijo tallado en madera, sin dejar de rezar, acudieron con él hasta la puerta de la nave central. Al ser depositado sobre las losas del atrio de la Iglesia, comprobaron, asombrados, que las encrespadas aguas, que danzaban amenazantes a sus pies, comenzaban de inmediato a apaciguarse, a aquietarse poco a poco, a retirarse lenta pero seguramente, tornando a su cauce normal, a su nivel habitual.
El milagro se había producido transformando a la imagen del Cristo en una de las más veneradas de Valparaíso y admirada como la más bella obra de arte que poseyera cualquier Iglesia chilena.
Sin embargo, cuando sucedió el acontecimiento, la capilla se llamaba: "Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerto Claro", nombre que sustentaba desde tiempos coloniales en honor a la "Patrona de Valparaíso". Sólo desde el 6 de Septiembre de 186, y gracias a un novedoso y desacostumbrado plebiscito popular, la Iglesia pasó a llamarse "Iglesia Matriz de Jesucristo El Salvador".
Este milagroso Cristo Crucificado, debido a la talla de un escultor japonés, en casi sus 350 años de existencia no ha sufrido ningún deterioro natural, en su pintura, por humedad, polilla o tiempo.



                                                                     Fuente: Relatos y leyendas de Valparaíso