lunes, 6 de abril de 2015

Valparaíso, la ciudad del viento (Joaquín Edwards Bello)


                                    Fuente de información: Grupo del libro



...Entrada la noche, a fines de abril de ese año, los mecheros de gas no bastaban a disipar las tinieblas. Acompañábamos a un tal Viola por la calle del Olivar cuando sentí pasos apresurados, y una voz nerviosa a mis espaldas. Era la niña Caro, en su eterno vestido de manda y sus velos místicos. Se dirigió a nosotros en forma atropelladora; luego, llamándonos aparte y sin poder controlar las palabras, me expresó lo siguiente:
- Se está incendiando la oficina de mi padre. ¡Corran! El está adentro. En la ventana central del tercer piso... – No alcanzó a explicar más.
Stepton echó a correr por la Avenida. La firma comercial Caro y Pagani estaba cerca de la Aduana, por el lado de línea férrea. Dos minutos no habrían transcurrido cuando sonaron las campanas. Como enorme tablero de magia, la ciudad entró en movimiento. El estrépito de los percherones de la Tercera, de la inglesa, de la italiana y la francesa, hizo temblar los adoquines. El paseo de la Plaza se desbarató, y ya todo el puerto no fue sino un solo pensamiento: el incendio. Enjambres de chiquillos seguían detrás de los bomberos o empujaban los gallos, gozosos, en la ansiedad de no perder detalle de la fiesta porteña. Hombres maduros, jóvenes, bursátiles, peluqueros, libreros, pasaban quitándose las chaquetas, o enrollando en sus cuellos las toallas que sus esposas les pasaron a la carrera, junto con la llave y las piolas. La frondosa nube de humo espeso, congestionada y roja en su centro, subía por el cielo para alborozo y pasmo de los flamígeros porteños. Por fin llegamos a la hoguera.
- Allá – dijo Stepton a un voluntario -. Allá, en la ventana del centro.
Esta transfigurado. Su voz es clara y viril. La escalera quedó colocada en la ventana central del tercer piso. Sin quitarse el tongo de Presciutti, en mangas de camisa, le vio el público trepando a las llamas. Llevaba el hacha en la diestra y se movía con tanta soltura y gracia como en el Salón de Patinar. Sonaron vidrios destrozados y el humo escapó cambiando de colores como si cien genios malignos se soltaran por el aire en ropajes de ópalo, de zafiros y rubíes. Entonces se vio una de esas proezas que afirman a los espíritus y las retinas conservan para siempre. Blandiendo el hacha, ese joven frágil, en camisa y de tongo, penetró en la casa incendiada. Chas, chas, chas...
El rostro resplandeció en el interior del cuarto iluminado. Se perdió dentro. Desapareció.
Otros bomberos subieron detrás con el pitón, y el chorro potente pareció refrescar la escena.
El público retuvo el aliento. De pronto un grito unánime: ¡Ahí está! ¡Ahí está el joven! Stepton surgía de nuevo en la ventana destrozada, negro de humo, entre las llamas y el agua. En sus brazos llevaba un bulto grande, un cuerpo, un ser humano. Su cabellera estaba libre, sin sombrero; su cuerpo surgía en medio de la calígine como arcángel en el cielo. Otros bomberos le ayudaron a poner el cuerpo en la escalera y comenzaron a deslizarlo a la calle. Los espectadores colocaron sobre la camilla el cuerpo del herido y el bombero subió por segunda vez.
- ¡Stepton! – Gritaron cien voces junto a la mía -, - ¡Stepton!
Pero él encaraba las hogueras y se internaba con el pitón en la tormenta de fuego, sin hacer caso de las voces que le aconsejaban prudencia.
La casa incendiada constaba de tres pisos habitados por oficinistas y personas de clase media. Al lado de la oficina de Caro y Pagani se encontraba una pensión de familia.
Stepton y otros bomberos se esforzaron para sacar los muebles pequeños y las ropas de cama modestas que arrojaban por las ventanas a la calle, donde los deudos o las personas salvadas iban juntándolos. El público aumentaba y la policía era impotente para mantenerlo dentro de las cuerdas. Yo había tomado clocación al pie de la escalera por donde mi amigo subió. A cada instante le veía entrar o salir por la ventana en llamas.
Alguno del público gritó para pedirle que tuviera cuidado. Sentí en ese momento que una mano temblorosa estrechaba mi brazo. Era Elena. Cuando bajaron a Stepton, asfixiado e inerte, y le pusieron en la vereda, todo el mundo quería verle. ¡Un tercerino! ¡De la bomba de los futres! Larga huella de sangre cruzaba su cara de la frente hasta la boca.
- No hay cuidado – dijo el doctor Grossi, después de examinar el pecho y los brazos del joven.
- ¡Vive! – exclamó Elena. En el mismo instante se inclino a tierra, cerca de él, y le hizo un arco protector con sus brazos encima de su cabeza. Después limpió la sangre y el hollín de la cara; le restregó con su pañuelo diminuto.
- ¡Está vivo! – exclamaban en la calle - . - ¡Está vivo!
Toda esa noche, en el hondo silencio, se sintió palpitante el corazón potente de las bombas por el lado de la Aduana...
...
Víctor Lorenzo Joaquín Edwards Bello nace en Valparaíso el 10 de mayo de 1887. Hijo de Ana Luisa Bello Rozas, nieta de Andrés Bello y Joaquín Edwards Garriga, importante banquero.
Estudia en el Colegio Mackay y más tarde en el Liceo Eduardo de la Barra. Durante estos años su
vocación literaria manifestó sus primeros indicios.
Así junto a sus compañeros de colegio Alberto Díaz Rojas y Cayetano Cruz-Coke, fundó la revista
quincenal "La juventud". El primer número de esta revista fue publicado el domingo 17 de marzo de 1901.Un año más tarde publicó la revista El Pololo.
Contra los deseos de su padre, se dedicó tiempo completo a la literatura y al periodismo. En 1910 publicó su primera novela, El inútil, que lo marcó para siempre como rebelde y gran cuestionador de la realidad chilena, considerado un feroz y despiadado crítico.
Valparaíso, su revitalización: Escritor cosmopolita, Edwards Bello conservó siempre su apego al puerto donde nació, siendo inspiración para numerosos de sus escritos. Valparaíso, la Ciudad del Viento es una de sus más conocidas novelas, y fue publicada en versión inicial en 1931, aunque apareció más tarde con el título de En el Viejo Almendral y en 1955 con el de Valparaíso, Fantasmas.
El puerto fue también materia predilecta de sus crónicas, y según el mismo confesaría, requería cada cierto tiempo volver en tren hasta el mar para revitalizarse y rescatar los pasos perdidos
de su infancia.
De su producción literaria destacan novelas como El Roto, obra que encuentra su antecedente en La cuna de Esmeraldo, publicada en 1918, El chileno en Madrid y La chica del Crillón, en las que se manifiesta el espíritu de la época: la búsqueda de una identidad nacional, la pretensión de mostrar al chileno en su esencia, mejorar los vicios del pueblo y resaltar de manera solapada las virtudes del criollo, empresa que compartieron diversos movimientos, entre ellos el Mundonovismo, del que toma la estética naturalista para la descripción tanto del espacio como de los tipos humanos y su recíproca influencia.
Edwards Bello recibió el Premio Nacional de Literatura en 1943 y el Premio Nacional de Periodismo en 1955.
Sus últimos años no fueron gratos. En 1960 sufrió un ataque de hemiplejia bastante severo, del cual afortunadamente se recuperó gracias a los cuidados de su esposa y de la dieta indicada por el doctor Manuel Lazaeta Charán. Luego de una larga y sufrida enfermedad, que dejó sus piernas y cara paralíticas.
Uno de sus amigos recuerda haberle oído decir:
- Si alguna vez me suicido, digan que fue así. Si no van a correr el mito, en este país de mitómanos, de que me asesinaron.
Se cerró así una larga y destacada trayectoria de un hombre en las letras chilenas, que ha sido prolongada gracias a sucesivas ediciones de sus crónicas realizadas por Alfonso Calderón.
En el viejo Almendral; es novela fascinante. Situada a fines del 1800 y primeros años del 1900. En ella el personaje principal es el niño, chiquillo, joven y después adulto; Pedro La Cerda y
Alderete, quien relata su vida en el puerto, Limache y Santiago contando de sus amores por la siempre bella Florita, sobre su estricto padre y, sus entretenidas andanzas. Desde muy pequeño hace amistades con el joven Jorge Stepton; quien con el correr de los años resulta ser miembro de la Tercera Compañía de Bomberos de Valparaíso, y quien se batiría a muerte para salvar la vida de los habitantes de cierto edificio que fuere presa de las llamas en el barrio del puerto.
Dicha novela relata de maravillosa y a veces ácida forma la vida del Valparaíso de entonces.
...La parte colonial de la ciudad, con sus iglesias viejas y feas, era el revés. La población enriquecida prefería el plan, el Cerro Alegre y Viña del Mar, lo más lejos posible del chango nativo, de la moral ñoña y de la hipocresía levítica... Agregaría además que:
...En esa olla revuelta de razas se formaba un tipo de hombre inconfundible; de flor en el ojal y de chaleco de piqué: el porteño. Hombre nuevo que practicaba el Sandow y aprendía bailes novísimos don Franco Zubicueta: Boston, pas de Patineurs, Washington, Post y valse Renversante...
Gabriela Mistral dirá de él:
…Hijo más reprendedor de su padre no le nació a nuestro viejo Chile, satisfecho y sentado en sus prestigios…
Joaquín Edwards Bello se quitó la vida a los 82 años el 19 de febrero de 1968.

La animita de Dubois


                         Fuente de información: Universidad de Chile


El 7 de enero de 1905 es encontrado muerto en Santiago el contador Ernesto Lafontaine. Había sido ultimado a golpes de laque de goma y apuñalado; el móvil, el robo; el 4 de septiembre de ese mismo año moría el importador Reinaldo Zillmanns, en Valparaíso, asesinado con laque de goma y puñal; el 4 de octubre, siempre del año 1905, era hallado muerto en Valparaíso don Gustavo Titius, corredor de comercio. Armas con que fue atacado: laque de goma y puñal, con el que se le mutilaron las manos; móvil, el robo; al año siguiente, el 4 de abril de 1906, es asesinado en Valparaíso, de seis puñaladas en la puerta de su casa, el comerciante Isidoro Challe; y el 2 de junio, siempre en el puerto, se defiende de un asalto el dentista Charles Davies: un varón de setenta años, atlético y deportista que se opone a los golpes de laque y es tal la resistencia que hace huir al asaltante, pero éste es perseguido en forma sensacional.

El atacante era un hombre bajo, fuerte, de bigote cuidado y barbilla que terminaba en punta, vestía chaqué y un sombrero calañé negro.
Oriundo de Francia, nacido en Etaples, Paso de Calais, el 29 de abril de 1867, donde figuraba inscrito como Luis Amadeo Brihier Lacroix. De azarosa vida en Francia, después en América del Sur y Central. En Colombia sedujo a Ursula Morales, joven de quince años, que abandonó su hogar para seguirlo en sus viajes por Colombia, Venezuela, Panamá, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile, donde tuvieron un hijo, inscrito en el Registro Civil de Iquique, en enero de 1903, con el nombre de Luis Dubois.
Este personaje ostentaba aparte de su nombre y apellido verdaderos, Luis Amadeo Brihier, los siguientes: Emilio Dubois Murraley, Emilio Morales Dubois, estos dos últimos arreglos del apellido de su conviviente Ursula Morales.
Al allanar su casa se encontraron tarjetas que lo acreditaban como Ingeniero de Minas, laques de goma, dagas, llaves ganzúas, linternas, herramientas de cerrajería y un permiso de mendicidad.
No se le certificó trabajo en Chile. Se dedicaba a obtener dinero de diversas personas para finalidades imaginarias.
Era un aventurero que se había desempeñado en los más variados oficios en el extranjero.
Pese a su azarosa vida y a todas las pruebas que se juntaron, alega ser inocente.
En esto viene el terremoto del 16 de agosto de 1906 y Dubois se encontraba entre los quinientos noventa y ocho reos de la cárcel de Valparaíso.
Este personaje tenía preocupado no sólo a los habitantes del puerto sino a todo el país.
La pregunta era ¿y Dubois?
Muchos creían que había perecido aplastado en su celda y otros pensaban que había huido aprovechando el espanto y la confusión.




Poco después de producirse el terremoto se le encontró debajo de unas latas, completamente transformado y cubierto con un poncho. Además, se había afeitado la barba. Los grillos y las esposas habían sido limados por miembros de la población penal.
Interrogado, contestó que sus compañeros de prisión le habían proporcionado un poncho y un sombrero y que le habían hecho las limaduras para que se fugara, pero no tuvo intención de huir. Los reos habían ideado una evasión y pensaban que él podía capitanearlos.
En lo mejor del proceso la policía de Santiago encuentra a los asesinos de don Ernesto Lafontaine, el primero de los asesinados. Tres delincuentes son apresados. Ladrones urbanos fueron obligados a confesar con los métodos de tortura de la época y condenados a muerte. Trasladados a Valparaíso, el juez no les reconoció culpabilidad y los indulta.
La prensa habló del caso, contra los sistemas policiales; y en el público se produjo una reacción a favor de los condenados injustamente ofreciéndoles un beneficio en un teatro de Valparaíso.
Los diarios siguen hablando de "un señor del crimen", "asesino silencioso", "artista del crimen", "el hombre del laque de goma", "el genio del crimen", "el hombre monstruo".

La defensa, su abogado Sanz Frías, como recurso pretendió presentarlo como un enajenado mental, irresponsable, que no merecía sanción, sino que la ciencia médica tenía que hacerse cargo de él. Dubois, al saber esto, se indignó y descalificó a su defensor que aducía que se trataba de un enfermo de manía criminal y le quitó de inmediato el poder, después de tildarlo de ignorante.
Él asumió su defensa, trató de comprobar que era inocente, que la causa era mal llevada.
Se defendió sin ayuda, lo que cumplió durante tres días en el tribunal de alzada; actuó con extraordinaria facilidad de palabra, originando estupor y desasosiego entre los ministros del tribunal.
La noche del último alegato, en una de las plazas de la ciudad se organizó un comicio público en favor de Dubois.
Consultado si creía que ese movimiento lo favorecía —"yo no podría decirlo"— dijo y añadió: "Vox populi, vox Dei".
No obstante, el Juez del Crimen de Valparaíso, don Santiago Santa Cruz Artigas, lo condenó a muerte por cuatro crímenes y un asalto.




En la madrugada del fusilamiento, muy temprano se le sirvió un café, luego atendió a Ursula Morales, que en compañía de su hijo venía a dar el último adiós al hombre al que había unido por amor su suerte desde hacía catorce años y que el día anterior había recibido por esposo ante los hombres. El mismo que en pocas horas más habría de perecer en el cadalso.
Confundidos en un solo abrazo permanecieron un largo rato.
Poco después de las siete de la mañana penetraron a la celda dos religiosos de la Compañía de Jesús.
Dubois dijo a uno de ellos que no necesitaba auxilio de ninguna clase. Como insistiera, tratando de convencerlo con frases cariñosas y persuasivas, el reo le respondió: "Yo creo en Dios, señor, ya lo he dicho, no soy hereje, pero no creo en sus representantes. Es inútil lo que ustedes me piden; yo me confesaré con Dios".
No vencido aún, el religioso le dijo: "Dios tiene misericordia infinita. Sus fallos son superiores a los de los jueces de la Tierra".
—"Sí, al juez necesita confesar, no a mí. Al juez que ha ordenado mi asesinato, a él vaya a inspirarle arrepentimiento, no a mí".
La mañana era fría y nebulosa. La hora avanzaba y la concurrencia estaba tensa.
De repente hace la entrada al patio el reo completamente tranquilo, acompañados sus pasos por el lúgubre sonido de los grillos. Un Dubois enérgico, indomable, con su largo pelo y barba rubia, cuidadosamente peinada y un cigarrillo puro recién encendido, que chupaba tranquilamente. Tuvo una frase de protesta que pocos oyeron: "Parece que aún estamos en los tiempos de Nerón, tanta gente para ver morir a una víctima".
Avanzó hasta llegar al banquillo y ocupó el fatídico asiento con tranquilidad.
Parecía contento de exhibir en el patíbulo su varonil figura y supremo valor.
No se le movía un músculo y el cigarrillo permanecía en sus dedos sin la más pequeña oscilación.
En medio de la inquietud del público se acerca el receptor al reo y comienza la lectura de la sentencia. Después de leer algunos párrafos éste lo interrumpe y le pide: "Abrevie... pase a la conclusión". Así lo hizo el receptor, que leyó sólo la denegación del curso de nulidad del indulto y el cúmplase de la sentencia.
Al instante se procedió a circundarlo con una cuerda en el banquillo, a lo que el reo protestó, pero como se le dijera que era indispensable, accedió de buen grado.
El público estaba sorprendido que mirara a la muerte cara a cara.
De repente se oye su voz: "Público, tengo que hablaros algo. Deciros que muero inocente y que el primer culpable de mi muerte es el juez señor Santa Cruz, que tergiversó mis declaraciones, cambiando los hechos y suponiendo cosas que nunca he hecho.
"Se hizo lo que no se había hecho en Chile, habilitar el feriado para matar a un hombre, como procedió la corte de Valparaíso.
"Se me ha condenado por crímenes que no he cometido, sin prueba alguna, esto lo dice este hombre desde el fondo de su corazón, y lo afirmó el Ministro señor Braulio Moreno, que confirmó todo lo que he dicho con su voto en la sentencia.
"Presenté mi solicitud de indulto ante el Excelentísimo Presidente señor Pedro Montt y también me fue denegado.
"Se necesitaba de un hombre que respondiese a los crímenes que se cometieron y ese hombre he sido yo. Muero, pues, inocente, no por haber cometido yo esos crímenes sino porque esos crímenes se cometieron".
Y terminó como quien da una orden:
—"Ejecutad".
Un murmullo sordo, mezcla de admiración ante ese valor indomable, de incredulidad, de compasión y hasta de protesta, acaso, se levantó en la concurrencia.
Dubois, entretanto, fumaba tranquilamente y paseaba su mirada por los espectadores.
Era indudablemente el único, entre todos los allí presentes, que parecía disfrutar de entera serenidad.
Al momento de vendarle la vista rehusó seriamente la operación y manifestó, siempre con su espantosa calma y dominio de sí mismo, con tranquilo tono — "Sólo les pido que apunten bien al corazón.
Luego el momento terrible, el paso del piquete de soldados que debía proceder.
La espada del oficial, levantada en alto descendió en un rápido movimiento. Partieron los tiros al unísono y el reo se desplomó sobre su asiento.
Los comentarios que procedieron se referían al valor frente a la muerte, otros se inclinaban a la conmiseración: no dudaban de una injusticia.
El cadáver fue llevado en camilla a uno de los departamentos de la cárcel y se procedió a colocarlo en un cajón que el alcaide había hecho construir para el efecto.
Un carretón de la tercera compañía condujo los restos al cementerio de Playa Ancha, más atrás en un coche iba Ursula Morales acompañada de su hijo.
Animita
En el cementerio se pagó la suma de seis pesos por los derechos correspondientes al período de un año. Se sepultó con el nombre de Luis Emilio Brihier Lacroix, el 26 de marzo de 1907 en el Cementerio Nº 3 de Playa Ancha, correspondiéndole la sepultura Nº 1 de la Corrida 1 del Cuartel Nº 7.
Un funcionario del cementerio escribió sobre la lápida del nicho gruesos caracteres al rojo: "Alias, Dubois".
Las primeras flores las colocó Ursula Morales.
El pueblo lo hizo "Animita", entró en su comprensión, siempre estuvo con él, gravitaba el desprecio que hizo de su abogado, la toma de su defensa, su matrimonio a horas de morir, la valentía que demostró camino hacia el banquillo, su hombría frente al receptor, el dirigir la palabra a los asistentes para decir por última vez que era inocente, el solicitar que no le vendaran la vista, que le dispararan al corazón y con voz entera dar la orden de la ejecución.
El pueblo no olvidaba que en estos crímenes, entre los primeros asesinados, se apresó a tres individuos de malos antecedentes como presuntos culpables. Después de varios meses de prisión y largos sufrimientos, se les encontró libres de toda culpa.
El pueblo sabe que no siempre la ley es sinónimo de justicia y que muy a menudo hace creer que lo verdadero resulta ser falso.
La "animita" pasó a favorecer a personas procesadas por delitos no cometidos, a víctimas de una injusticia.
Pasados los años se eliminaron las sepultaciones en ese cuartel y por razones de un nuevo trazado este sector se convirtió en Avenida y la osamenta pasó a la fosa común, junto a otros, en un espacio cuyo diámetro no sobrepasaba los 20 metros, a la orilla de un muro del deslinde cercano a un acantilado.
Aquí’ se levantó el recordatorio a Dubois y se habla de los "milagros" del "finaíto", de "don Emilio", de "Emilito" y su falso apellido lo escriben "Dubois", "Duvoim".
Tiene siempre flores y velas, no faltan imágenes de vírgenes y expresiones de gratitud en placas que provienen de todo el territorio nacional, de países vecinos y distantes como los Estados Unidos de Norte América (Nueva York).
Las visitas rezan con mucha unción, en silencio, conversan como consigo mismos, otras lloran, dejan sus "mandas" y se retiran.
Un cuidador coloca las velas y planchas, a la vez pone a disposición de quien lo desee plegarias, salmos y cánticos.
Un fervoroso devoto trabaja por la formación de un grupo que erogue dinero para levantar una capilla que pueda acoger con comodidad a quienes llegan a cumplir mandas.
Se le honra con misas. Luis Humberto Ramírez hace que se le oficie una misa en su memoria en la iglesia San Juan Bosco de Valparaíso. Se avisó la ceremonia por radios y diarios.
El año 1986 la administración del camposanto determinó hacer un traslado de la "animita", el tercero, dándole una nueva ubicación, lo que no dejó de provocar un revuelo. Aunque aquí’, como en el anterior lugar no reposan los restos del ejecutado, siguen venerando su "ánima" y agradecen sus milagros.
El pueblo no lo olvida y desde el año 1907 lo tiene en su memoria, se le recuerda en el cancionero popular y en miles de artículos, estudios, tesis y folletos.



Créditos:
Visitas:
1965-1975
Diarios:
"El Mercurio". El proceso Dubois. s/f Valparaíso, Chile 9- III- 1907
"El Mercurio". El nuevo golpe para Dubois. s/f Valparaíso, Chile 14-III-1907
"El Mercurio". Nuevo recurso del reo Dubois. Las emprende con la Excelentísima Corte Suprema—Grave incidencia en secretaria—El abogado del reo, señor Lamas, expresa que dará de balazos a los ministros y al secretario. s/f Valparaíso, Chile 16-III- 1907
"El Mercurio". Emilio Dubois. Una visita al calabozo 15—Última entrevista con el reo—Sus ideas aventureras, sus aficiones literarias, su pesimismo. "Esta resignado, pero no dejará de proclamar su inculpabilidad. s/f Valparaíso, Chile 18-III-1907
"El Mercurio". "Los crímenes de Dubois", s/f Valparaíso, Chile III-1907.
"El Mercurio". El reo Dubois en capilla. Hoy contrae matrimonio civil con Ursula Morales—Su ánimo bastante decaído—Publicación de sus memorias—Los últimos recursos del señor Bravo Zisternas (sic)—Interesante entrevista entre el reo y su abogado. s/f Valparaíso, Chile 25- III- 1907.
"El Mercurio". Emilio Dubois en el patíbulo. La última noche del reo—Espantosa tranquilidad—No quiere que lo aten al banquillo ni que le venden la vista—Se dirige a los asistentes como si defendiera su vida ante los tribunales, sigue todo—Dubois fuma un cigarrillo puro sentado en el banquillo—Impresiones de la asistencia—El público esta tembloroso y anodado mientras el reo lo mira perfectamente dueño de si. "Ejecutad y apuntad en el corazón". s/f Valparaíso, Chile 26-III-1907.
"El Mercurio". El fin de Dubois. Algunos nuevos detalles de su fusilamiento, sepultación de sus restos en el cementerio de Playa Ancha—La vía crucis de Ursula Morales.. s/f Valparaíso, Chile 27-III-1907.
"La Nación". Hugo Rolando Cortés, "Acerca de Emilio Dubois", Santiago de Chile, 29-XI-1967.
"El Mercurio". Daniel Schweitzer, "¿Cómo se llamaba el asesino Dubois?", Santiago de Chile, 29-XII-1970.
"La Estrella". Claudio Solar, "El criminal del siglo. Vida, amores, crímenes y el proceso Dubois basado en archivos y testimonios de la época", Valparaíso, Chile, 1981.
Obras:
Alfredo Rodríguez Rojas y Carlos Gallardo Cruzat. "La catástrofe del 16 de agosto de 1906 en la República de Chile", Santiago de Chile, 1906.
E. Tagle M. y C. Morales. "La verdadera historia de Dubois". Santiago de Chile, 1907.
Joaquín Edwards Bello. "Valparaíso", Santiago de Chile, 1963.
Claudio Espinoza Molina. "Los más sensacionales crímenes de Chile". "Dubois, el artista del crimen", Santiago de Chile 1966.
Carlos Droguett. "Todas esas muertes", España, Madrid, 1971.
Abraham Hirmas, "Emilio Dubois, un genio del crimen", Santiago, 1966.
René Vergara. "De las memorias del Inspector Cortés", Santiago, 1976.
Memoria:
Ventura Maturana. Memoria para optar al título de abogado.
Teatro:
Autor desconocido.
Obra costumbrista y policial. Drama histórico nacional en un acto y seis cuadros, escrito especialmente para el Circo Popular de la Empresa Díaz y Campo. Los títulos de los cuadros son:
1) El crimen Fontaine, 2) La remolienda, 3) En Valparaíso, la policía burlada, 4) La captura de Dubois, 5) El matrimonio en la cárcel, 6) El fusilamiento.
Poesía popular:
Daniel Meneses. "Fusilamiento de Emilio Dubois", Imprenta Europa, Santiago de Chile, Rozas 1044.