Doce
años antes de morir, Neruda vivió su segunda infancia. Entre jarras de
cerveza dibujaba chanchitos en los bares de Valparaíso. Fotógrafo porteño lo
retrató enfiestado.
Caía
una suave llovizna sobre los cerros de Valparaíso esa tarde de junio cuando
Pablo Neruda fundó el Club de la Bota.
Para
ser admitido había que taparse los ojos con una servilleta de papel y dibujar
a tientas un chanchito. No hablar de política, no presumir de inteligente ni
pecar de tonto grave.
Sobre
una mesa del desaparecido Bar Alemán, puso la enorme bota de cerveza con
media docena de jarras y dictó a la escritora Sara Vial:
"Hoy,
un grupo de insensatos, reunidos, pero no revueltos, decidieron fundar este
club sin más objetivo que el de beberse la bota, numerosas veces y con la
fruición necesaria".
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Poetas,
pintores y bohemios de las caracoladas calles de Valparaíso se prestaban al
al juego.
Festivo,
travieso como un niño de Temuco y en la plenitud de sus 57 años conoció a
Neruda el fotógrafo porteño Rolando Rojas Bravo (66).
Tiene
"averiada" la memoria para contar sus mil anécdotas pueriles, pero
en imágenes blanquinegras el fotógrafo conserva intactos los perfiles del
poeta.
Es autor
de la fotografía oficial de su precandidatura a la presidencia en 1969. captó
su sonrisa de Neptuno en la terraza de La Sebastiana; sus fiestas de
disfraces en Isla Negra; sus veladas con Matilde, y sus ojos fijos en sus
mascarones de proa.
También
participó de las humoradas del Club de la Bota, entre otros, con Homero
Arce, secretario de Neruda, y Gonzalo Losada, su editor. Se sentaban a la
mesa los poetas Juvencio Valle y Patricia Tejeda; el artista Camilo Mori y su
inolvidable Maruja. El médico Francisco Velasco y su mujer, la escultora
Marie Martner. Y Elena Gómez de la Serna con su marido español, Arturo
Lorenzo, ambos refugiados de la Guerra Civil por gracia de Neruda.
Sara
Vial escribió el libro Neruda en Valparaíso con los recuerdos de estas
tertulias.
Entre
lomitos de cerdo y jarras de cerveza, el Premio Nobel recitaba su poema
esdrújulo:
"Fue
una tarde triste y pálida/ de su trabajo a la salida / pues esa mujer
neurótica/ trabajaba en una botica..."
Doña
Guillermina, la matrona germana dueña del bar, cerraba temprano. Seguían la
fiesta en el Bavaria, que estaba al lado, o en el Pajarito, con su letrero
"Chicha re100 llegada 5mpetencia".
Amanecían
en el mar, en botes salvavidas agitando "estrellitas" para saludar
a los moradores de los barcos.
El brujo
Desde la
torre de La Sebastiana, Neruda espiaba el mar, día y noche, como un farero.
Una fotografía de Rolando Rojas lo atrapó a contraluz con su gorra de capitán
y los ojos perdidos en la lejanía de sus prismáticos.
En esa
casa, del cerro Florida, ubicada detrás de un teatro naranja, le encantó su
mundo de anticuario-poeta.
La
llamó La Sebastiana, para honrar a su antiguo dueño Sebastián Collado, un
español nacido en 1879 que "soñaba con destinar el tercer piso a
pajarera. Y murió en 1940, sin cumplir su anhelo".
Allí
ancló el poeta, como un pájaro. Y jugaba a los duendes en sus escaleras de la
mañana a la noche.
Escribe
en sus memorias: "en mi casa he reunido juguetes pequeños o grandes, sin
los cuales no podría vivir".
La llenó
de botellas de formas caprichosas, cofres de piratas, rosas de los vientos,
tigres embalsamados, fonógrafos, grabados de veleros, lámparas de barcos,
vasos irrepetibles, organillos, salamandras anochecidas y poemas.
Quería
reconstituir las visiones de su infancia. Compró el caballo de tamaño natural
que acariciaba a la salida del colegio en la Talabartería Francesa de Temuco.
Siempre
esperaba baúles que venían por mar con nuevo tesoros. Unos pequeños regalos de
sus amigos. Rolando Rojas le compraba libros y marinas en remates.
Después
del terremoto de 1965, la enfermedad lo alejó un poco de La Sebastiana.
Pasaba más tiempo en Isla Negra con Matilde y sus muñecas de proa. Amó con
pasión esas estatuas de mujer desclavadas de los barcos que se hundieron, La
Sirena, que venía del Sur; Cimbelyna, una novia que los marinos vieron mover
los ojos y por miedo la enterraron en el desierto, un mes de julio. Dicen que
Pablo la rescató.
Se
miraba a los ojos largamente con la figura estática de María Celeste, su
predilecta. "Llora lágrimas de verdad, en los inviernos", aseguró.
Para sus
amigos, Neruda era un mago, un profeta.
Con un
conjuro de sánscrito sanó a Rolando Rojas de una verruga del ojo. Y a Sara
Vial le predijo en un soneto el nacimiento de sus dos hijas. Cuenta que
descubría tréboles de cuatro hojas allí donde la hierba los hacía invisibles.
"¿Por
qué nací misterioso?" ¿por qué crecí sin compañía?"
Nunca
más quiso estar solo. Celebraba sus cumpleaños con alegres fiestas de
disfraces. Y cada 12 de julio venían a saludarlo poetas de todo el orbe. Sara
Vial apunta:
-He
visto a pocas personas disfrutar como él en ocasiones parecidas... Bajo un
gorro, enormes bigotes, chaqueta de corso y espada den la mano dirigía el
pandero... Pancho Coloane, con su barba natural, parecía un bucanero de
verdad.
Esos
juegos molestaban a sus adversarios. Una vez declaró:
- A la
gente le impresiona que me guste tener una casa, o dos casas, o más, aunque
pueda comprármelas con mi dinero, ganado con mi trabajo, no podía haber ido
muy lejos con la sola dieta de senador, habría enflaquecido un poco y eso tal
vea habría sido bueno. Cuando me ven gordo, también me critican. ¿Puede un
poeta gordo ser espiritual si le escribe al ajo, a las uvas, al caldillo de
congrio? Les gustaba más cuando estaba cadavérico, a punto de enfermarme del
pulmón. Me veían más romántico.
A fines
de los 60 poco había en pie de sus años en Valparaíso. Demolieron el Bar
Alemán; el Bavaria se hundió como un yate, y desapareció el Pajarito. Neruda
en el hospital resistía las aplicaciones de cobalto.
Murió
sobre el pecho de Matilde, un lunes 23 de septiembre de 1973 a las 10 y media
de la noche. A la misma hora, la gran bota de cerámica -que estaba en casa de
Sara Vial- rodó por el piso y estalló en mil pedazos.
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