viernes, 22 de mayo de 2015

El motín de Oyarce (Valparaíso 1852)


Después de la ceremonia popular i relijiosa, los invitados de la capital i del alto comercio, funcionarios capitalistas, industriales, jefes del ejército i de la guardia nacional, presididos por el entusiasta i siempre juvenil intendente de Valparaíso, el almirante Blanco Encalada, se reunieron en un suntuoso banquete preparado en el café de la Bolsa por el famoso epicúreo Maillard. I precisamente cuando el jefe de la provincia levantaba su copa para beber a la paz, al progreso i a la gloria de Chile, presentólese un ayudante con semblante demudado i díjole algunas palabras siniestras al oído.
Acababa de descubrirse una conspiración terrible en el cuartel de artillería. El sarjento retirado Oyarse, natural de Chiloé, hombre arrojadísimo e inquieto, que en esos días habia regresado del Ecuador, donde sirvió como oficial en la espedicion frustrada del jeneral Flores, concibió el diabólico pensamiento de apoderarse por un golpe de mano de todos los asistentes al banquete, aprisionarlos, i manteniendolos como rehenes, proclamar la insurreccion jeneral de la República, mal apagada todavía en el sangriento campo de Loncomilla.
Para ésto, una o dos compañías del batallón Buin, que guarnecían el cuartel de artillería a la subida de Playa-Ancha, debían tomar las armas a las 8 de la noche, i los artilleros sacar los cañones i abocarlos a la sala del banquete.
Por fortuna, un animoso soldado del Buin salto las paredes en el acto de poner en ejecucion el atrevido intento, dio aviso a la intendencia situada entonces en una casa arrendada de la calle Cochrane i de allí corrió un oficial a dar la alarma.
Pero el jeneral Blanco, léjos de turbarse por novedad tan tremenda, apuró la copa de la alegría i la confianza, i solo cuando no fue notado, se escapó del bullicioso recinto para dar sus órdenes.
Dos semanas mas tarde eran sentados en el banquillo de los ajusticiados, frente al cuartel de policia, el sarjento Oyarce, su hijo, cabo de artillería, el trompeta Cuevas, del mismo cuerpo, i un soldado de la compañía de cazadores del Buin.
Era el 14 de octubre de 1852.
Al marchar al patíbulo, a las once de la mañana, en medio de un inmenso oleaje de curiosos, una mujer se precipitó entre los sacerdotes que acompañaba a los Oyarce, padre e hijo. Era la esposa del sarjento revolucionario i la madre del infeliz mancebo de veinte años. Hubo una escena de desesperación indecible, pero los soldados condenados a la última pena, tomaron sus puestos i murieron como por lo común mueren los soldados de Chile: arrepentidos, pero heróicos. Oyarce, que era joven todavía, arengó al pueblo con voz severa encomendando la sumision a las leyes, i murio como verdadero bravo, cuando contaron al jeneral Blanco los incidentes del suplicio del aquel hombre, el ilustre marino se lamentó que hubiese sido forzoso sacrificar un corazon tan levantado



Fuente de información: De Valparaiso a Santiago
                                       Vicuña Mackenna, agosto 1877

Estación de tren en Valparaiso en el siglo IXX


En el sitio en que hoi se levanta estrecha, oscura, polvorosa, reclamando la escoba i el plumero cada hora, una mano de pintura fresca i reparadora todos los dias, la estacion central de Valparaiso, i al pié de los cerros que la aplastan, esistia, hace treinta años, el paraje nias ameno i- pintoresco de la fuerte pero prosaica Valparaiso. Era allí la Caleta, el nido de los pescadores, el lecho pedregoso en cuyas arenas ostentaban sus modeladas formas las Vénus nacidas de las espumas del mar, la Chiaga de Napoles. Propiamente, en esos años, Valparaiso se componia de tres ciudades : el Puerto, que 



era el alinacén; El Almendral, que era el hogar; la Caleta, que era el oasis i el jardin en medio de las arenas. Por ese rumbo encontraba tambien su frontera de granito la ciudad predestinada del Pacífico. Un espolon formidable que descendia desde el castillo que, a fines del pasado siglo, construyó contra los ingleses su paisano el baron de Ballenary (el ilustre presidente de Chile don Ambrosio O'Higgins), cerraba el puerto con un doble muro de basalto i de cañones. Nadie habria imajinado, a no tener la razon insana, que atropellando por aquella valla, habria labrado el injenio i el brazo del hombre la entrada i la salida casi única de aquel bullicioso emporio. Pero así sucedió en un dia de fé i de trabajo,-fuerzas vitales del pueblo que abren las montañas i encadenan los mares. El 1." de octubre de 1852 (dia memorable!) habíase levantado una especie de altar arrimado a las rocas, en el sitio que hoi ocupa la "Casa de las máquinas," en el centro del espolon que hemos descrito, i el obispo de Concepcion, don Diego Antonio Elixondo, bendecia en precencia de un pueblo conmovido, la primera piedra de la obra mas atrevida i mas importante que se habia emprendido en su época en la redondez de la América del Sud. El gobierno de la República, despues de una serie de esfuerzos mas o ménos infructuosos, i que ocupan un período justo de veinte años (desde 1842, en que Wheelright trajo los vapores del Pacífico, a 1852, en qLle se solucionó en teoría, el problenia de la practicabilidad.



científica del ferrocarril central), habia logrado organizar una sociedad por acciones, que debia producir aproximativamente el monto calculado de la obra, esto es, cinco millones de pesos. Desde luego, el gobierno suscribió por dos millones, tres jenerosos ciudadanos, don Matías Cousiño, don Josué Waddington i don Anjel Custodio Gallo (este último en representacion de su opulenta familia) avanzarian un millon i el resto lo daria el público. La ceremonia del 1." de octubre de 1832 consagraba, por consiguiente, dos hechos dignos de duradera memoria: la inauguracion de una gran obra pública nacional, i la inauguracion del espíritu de asociacion practica, casi desconocido hasta entónces en el país. La alegría fué jeneral, pero hubo presajios que la amargaron. Habíase grabado en la piedra de inauguracion esta leyenda: Perseverantia omaia vincet, i los tiros disparados a manera de salvas en la roca viva, partieron en dos la inscripcion. Por otra parte, el prelado que solemniza aquella consagracion, fué encontrado muerto en su cama al tercer da de la fiesta inaugurativa. Pero Valparaiso i el país estuvieron amaagados de una catástrofe de mucha mayor entidad en aquel preciso dia. 

Fuente de información:  De Santiago a Valparaiso
                                       Vicuña Mackenna, Agosto 1877