jueves, 21 de mayo de 2015

Coliseo de gallos, Valparaiso



Valparaiso contó con un coliseo de gallos, construido en las inmediaciones del Castillo de San Antonio en 1791, por el comerciante don Loreto Hinojosa. Se cobraba un real en peso por la entrada y, según una diligencia de fecha 24 de diciembre, que inserta el historiador de esa ciudad Roberto Hernández, aquel rancho ochavado, con techo de paja, tenía una gradilla para los asientos, su claraboya para la luz, y su tambor para los gladiadores, todo lo cual, concluido el privilegio de Hinojosa que era por dos años, tomolo el Cabildo, por su cuenta.
En octubre de 1794 se presentó un pedimento de don Antonio Dimas para un nuevo remate, y el 7 de julio de 1796 el Cabildo acordó proceder a una subasta pública del local.


Fuente de información:  Juegos y alegrías coloniales en Chile. Eugenio Pereira Salas

Plaza de Toros, Valparaíso


La plaza de toros de Valparaíso estaba situada en el sitio actual de la Plaza Victoria, antiguamente llamada Plaza del Almendral, eriazo que servía de alojamiento a las carretas, y que en algunas veces barría el océano en sus mareas. Se lidiaban también toros en la plazuela de San Francisco. El ingeniero francés Amadeo Frezier nos ha dejado una descripción del espectáculo taurino que le tocó presenciar en 1712, durante la fiesta del Rosario. "En los tres días siguientes - apunta el acucioso viajero - un particular dio al público una fiesta de corrida de toros que me pareció poco interesante, pues nada había que mereciera interesante, fuera de un hombre a horcajadas en uno de esos vigorosos animales, con espuelas armadas de rodelas de cuatro pulgadas de diámetro, según la moda del país. Estas corridas se efectúan en una plaza rodeada de escaños con tantos espectadores como habitantes hay, pues esta diversión les agrada mucho".



Fuente de información:  Juegos y alegrías coloniales en Chile. Eugenio Pereira Salas.

Canchas de bolos en Valparaíso



Se habían combinado en la entretención chilena dos tipos de juegos, los bolos y las bochas. El bolín fue reemplazado por una argolla de hierro bajo la cual debían pasar las bolas; en vez de emplear la mano para las jugadas se usaron mazos de guayacán, llamados sendejos, que servían para sortear las jugadas difíciles.
Los pasos eran, en realidad, los mismos, salvo agregados, entre otros, el juego de las guachas, de donde deriva el aforismo popular de "tirar las bolas a la raya", y que consistía en colocar éstas cerca de la raya sin acertar al aro. Un corrido popular expresa claramente este sentido: 

Los que son taúres a las bolas
ey andan de cancha en cancha
a ver si hallan un chambóm
para ofrecerle las guachas.

La autorización oficial del regente visitador entregó no sólo a la ciudad de Santiago sino a las diversas ciudades de Chile el derecho a subastar las canchas de bolos en beneficio de las obras públicas urgentes.
Valparaíso contó con cuatro canchas. José Guzmán mantenía la primera en la calle principal del Almendral: en el mismo barrio regentó otra Pedro Castro, mientras Manuel Pérez y Javier Jiménez animaban sendas diversiones en las vecindades de la Plazuela de San Francisco. La entretención provocó en el puerto disturbios y competencias de autoridades, entre otras ocasiones, en la fiesta de Nuestra Señora de las Mercedes, de 1793, en que los alguaciles suspendieron el juego porque bajo ese pretexto se habían introducido bolillos, cartones y otras de los envites prohibidos. El lamentable y sacrílego incidente terminó con la prisión de los contraventores.
El partido de Rancagua recibió de manos de Ambrosio O'Higgins, y por derecho fechado en Valparaíso, a 8 de noviembre de 1790, el permiso de subasta de las canchas. Se fijó el npumero en 20, repartidas en las siguientes localidades: 5 en Rancagua, 2 en Codegua, 1 en Mostazal, 1 en Angostura, 1 en Paine, 1 en Hospital, 1 en Maipo, 1 en Aculeo, 1 en Alto de Valdivia, 1 en San Pedro, 1 en Alhué, 1 en Machalí, 1 en Idahue, 1 en Parral, y 1 en Doñihue.
El principal animador de los juegos en esta región, fue don Francisco Nieto de la Fuente, que llenó de canchas el partido, con frecuentes muertes, robos y demás maldades. En 1796 los escándalos eran tan violentos que el subdelegado juzgó conveniente intervenir con las autoridades para remediar los males.
Meditando - dice el funcionario en su nota al Gobierno - cuáles serían los arbitrios más adaptables que debían tomarse para el remedio posible de estos males, encontré que convenía en muchas partes la destrucción de las canchas de bolas por ser estas unas casas y lugares en donde, ordinariamente reinan estas pecados y otros que omito...


Fuente de información:  Juegos y alegrías coloniales en Chile. Eugenio Pereira Salas

La toma de posesión de una quebrada en Valparaíso


Nos referimos en esta crónica a la fundación del primer Hospicio que hubo en Valparaíso, erigido por los frailes de San Francisco, en terrenos que les fueron donados por el general Rivadeneira. En el documento que se conserva en la Curia de Santiago sobre la ceremonia de toma de posesión de estos terrenos, ubicados en la quebrada, que entonces se llamaba San Antonio, y mas tarde se llamó San Francisco, se contienen algunos curiosos detalles sobre costumbres de la época. La entrega de estos terrenos la hizo el albacea del general Rivadeneira, su cuñado don Melchor de Carvajal y la recepción corrió a cargo del síndico de la Orden de San Francisco, capitán Francisco Díaz Agustín, corregidor del partido de Quillota.
Dice el documento de nuestra referencia: "Y con los testigos de uso fui a la dicha quebrada nombrada de San Antonio del Puerto Claro y estando en lo alto de ella, donde al presente está puesta una cruz, cogí al capitán Diaz Agustín, como tal síndico de la dicha religión, y a nombre de ella y de dicho hospicio, de la mano y le pacé por la dicha quebrada y le dí posesión de ella y en señal de tal posesión arrancó yerbas y dijo a los que allí en dicha quebrada que saliese de ella, con lo que dí la dicha posesión y la tomó real, actual, vel cuasi sin contradicción alguna".

Fuente de información: El Mercurio, Valparaíso, 4 de junio de 1961.

El Camino de las Carretas, Valparaíso


El primer medio que se empleó para transportar a Valparaíso los productos nacionales que desde el puerto partían al Perú, fueron recuas de mulas. Desgraciadamente, el auge del mineral Potosí donde las mulas eran indispensables para los laboreos, produjo un alza de precio tan considerable de estos animales, que todos los hacendados de Chile abandonaron la crianza de caballos para dedicarse a la de mulas.
Distintos gobernadores hubieron de elevar quejas al Rey por esta circunstancia que los dejaba sin remontas para el ejercito de Arauco, lo que les obligaba a traer caballos desde Tucuman. El capitán Gaspar Covarruvias, procurador del Cabildo de Santiago, representó a la corporación en 1687 que en todas las estancias del partido de Santiago, no había caballos para el ejercito. Esto hizo al Cabildo tomar la determinación, en reunión del 14 de noviembre de ese año, de obligar a todos los que tuviesen crianzas de mulas a mantener dos piaras de yeguas para la reproducción caballar.
La carestía de mulas, por una parte, y el ínfimo precio de los bueyes, por otro lado, determinaron el reemplazo de las mulas por carreta, y del camino por la cuesta de Zapata y Prado, por el de carretas por Melipilla.
Las carretas, pequeñas y con ruedas macizas, al estilo de las actuales carretas maulinas, partían desde las bodegas, subiendo por las lomas de Cerro Carretas, que derivó su nombre de ese hecho, hasta llegar a la Mesilla, explanada superior del cerro que hoy lleva este nombre, y, donde tenían el primer descanso. Desde el Cerro Mesilla el camino atravesaba las quebradas de San Francisco y de los Lúcumos para seguir hasta Peñuelas. Una parte de este camino fue reconstruido en 1866 para dar acceso a los polvorines, y por eso de le llamó Camino de la Pólvora.
Desde Peñuelas, el camino carretero seguía hasta Casablanca, que por aquellos años no pasaba de un simple caserío, cuyo centro era la casa blanca del cura. (Casablanca fue constituida en villa el año 1753). Luego el camino se desviaba hacia Melipilla, pasando por la cuesta de Ibacache, que deriva su nombre del maestre de campo don Juan de Ibacache, a quien se menciona por su valentía en el "Purén Indómito".
En Melipilla existía desde los tiempos del presidente García Ramón, un obraje de talares indígenas que producía paño para la tropa del ejercito y frazadas. De allí el camino seguía a Santiago, pasando por la selva de San Francisco, que por esta circunstancia se llama del Monte, y en seguida por Talagante, donde desde tiempo de los incas existían colonias agrícolas. En total el camino tenía 43 leguas, es decir 172 kilómetros y las carretas tardaban semanas, y en invierno mas de un mes en recorrido.
El camino de las cuestas, que a caballo podía hacerse  en tres días, fue convertido en carretera por el gobernador Ambrosio O'Higgins, Bajaba a Valparaíso por Las Zorras, en el otro extremo de la bahía.


Fuente de información: El Mercurio, Valparaíso, 11 de junio de 1961.

El servicio doméstico en el siglo XVII en Valparaiso



Pot los años del siglo XVII el "asiento" de un sirviente. como se decía entonces, se hacía por escritura pública y por lo general la duración del contrato era de un año. Estos documentos han permitido conocer algunos detalles de la forma en que se ajustaban las condiciones de los trabajadores domésticos hace tres siglos.
De tales, escrituras aparece que en 1666 doña Inés Monsibay, residente en Valparaíso, concertó a una "india ladina", llamada así porque hablaba español, en la suma de 20 pesos al año, obligaciones además a darle una pollera para todo el tiempo y a sacarle bula(*). (La bula se obtenía mediante una contribución de 20 pesos):
Tres años antes, en mayo de 1663, el alférez Juan Bautista Espíndola hizo el asiento de un indio de encomienda, es decir, dependiente de un amo a quien pagaba tributo, por treinta pesos al año, comprometiéndose a pagarle tributo personal, que era de seis pesos y a sacarle bula. Ese mismo año figura el capitán den José Vásquez asentado a un indio libre llamado Agustín, para que pescara en la bahía, a razón de treinta pesos al año y el compromiso darle una red nueva.

Fuente de información: El Mercurio, Valparaíso, 11 de junio de 1961


(*) El nombre bula procede del latín bulla, término que hace referencia a cualquier objeto redondo artificial, y en un principio se utilizaba para referirse a la medalla que portaban al cuello, en la Antigua Roma, los hijos de las familias nobles hasta el momento en que vestían la toga.