viernes, 27 de marzo de 2015

El Cristo de La Matríz



En 1630, el rey Felipe II de España, donó a la Catedral de Santiago un hermoso Cristo Crucificado y Moribundo" tallado en madera por un reputado escultor japonés. La singular obra fue donada a manera de desagravio por la profanación de que fuera objeto la entonces Capilla La Matriz, ubicada al pie del Cerro Santo Domingo, por el pirata inglés Sir Francis Drake. El célebre pirata, en vista de la pobreza del botín obtenido en el puerto, apenas 60.000 duros, decidió apoderarse de las vinajeras, un crucifijo y el cáliz de oro, zarpando luego en su carabela de cien toneladas "El Pelícano". El Rey Felipe II no precisando el lugar exacto de la profanación, donó el crucifijo a la Catedral de Santiago.
La inmensa escultura, arribó a Valparaíso embalada en un gran cajón que permaneció por largo tiempo en el Puerto. Cuando se le quiso trasladar a Santiago, su lugar de destino, la yunta de bueyes que arrastraba la carreta con el descomunal cajón, se detuvo frente a la Capilla de La Matriz y no pudo continuar viaje. El camino que había seguido comenzaba en la Quebrada de Márquez y debería seguir hacia el Cerro Carretas, en dirección a la Capital, pero todos los intentos por zafar la carreta fueron inútiles.
El embalaje pesaba tanto que, lentamente las ruedas del vehículo fueron hundiéndose cada vez más en el barro. Era invierno y la lluvia arreciaba reblandeciendo los caminos... Se decidió agregar nuevas yuntas de bueyes hasta llegar al número de ocho, pero todo fue inútil, la carreta permaneció empantanada justo frente a al capillita de techo pajizo.
Se acordó entonces, bajar el cajón y dejarlo en la Capilla. Apenas éste fue descargando, la carreta zafó. Los cargadores volvieron a colocar el cajón en la carreta, pero cuando estuvo encima nuevamente las ruedas volvieron a empantanarse.
Algunos pobladores, que observaban la extraña operación, propusieron abrir el embalaje y cerciorarse acerca de su contenido. Cuando el cajón comenzó a abrirse, cesó la lluvia torrencial y el viento huracanado que había impedido el traslado, apareciendo la sagrada imagen del "Cristo crucificado y moribundo".
Muchos feligreses pensaron que el suceso no era otra cosa que un verdadero milagro y se estimó que la imagen debía quedar para siempre en la Capilla porque ese era el deseo expreso de Dios. Desde entonces la bella escultura del CRISTO DE LA AGONIA quedó en Valparaíso.



La imagen es una pieza bellísima y tiene la especial característica de presentar su barbilla reclinada muy cerca del pecho, los ojos apagados por la muerte, las llagas abiertas y la sangre recientemente coagulada.
Desde aquel tiempo la sagrada imagen es venerada y es mucha la gente que asegura que, año a año, el Cristo inclina la cabeza más y más. La tradición asegura que, un día, el crucificado inclinará tanto la cerviz que terminará por quebrársele, ese día se acabará el mundo.

                                                                        Fuente: Relatos y leyendas de Valparaíso

La virgen que lloró seis días

En Valparaíso, sobre uno de los muros de adobe tendido de la Iglesia Matriz de Jesucristo "El Salvador" o "Iglesia La Matriz del Salvador" como se le conoce, colgaba una pequeña tela con marco de plata que representaba el sagrado rostro de la "Virgen de la Aurora". Según cuenta la tradición, la bellísima pintura de la Madre de Jesús, lloró durante seis días con motivo del terremoto que azotó al Puerto en 1822. Gracias a la leyenda, se ha preservado su historia.



Cuentan que durante los días comprendidos entre el 19 y 25 de Noviembre de 1822, la imagen de la VIRGEN DE LA AURORA fue motivo de un extraño acontecimiento. Una tarde, una devota de la Virgen acudió hasta el pequeño retrato para rogarle por el término de tanto sismo y tanta desgracia, al elevar su mirada al rostro de "María" observó que por sus mejillas comenzaban a rodar dos puras y reales lágrimas. Desde ese momento comenzó el llanto de la imagen. Muchas fueron las lágrimas que presenciaron los feligreses de la Iglesia causando su asombro y el de los sacerdotes que acudieron a constatar el hecho.
Comenzaron a formularse numerosas interpretaciones en la turbada mente del pueblo. Los más devotos vieron en las lágrimas de la Virgen, un llamado a la penitencia y a la oración o una clara expresión de dolor por parte del cielo ante los desgraciados movimientos telúricos.
Los porteños abundaron en ofrendas en devoción a la Virgen. A tales excesos llegó el cariño que le manifestaba la población que el pequeño marco de plata con la pintura debió ser trasladado a la oficina del señor cura para su mayor protección.
Hoy en día, la imagen de la Madre de "El Salvador": la VIRGEN DE LA AURORA, se guarda en la oficina del Cura Párroco, casi olvidada, a más de 150 años del extraño acontecimiento que la hiciera llorar durante seis días y que la trajera al primer plano de la noticia.


                                                                       Fuente: Relatos y leyendas de Valparaíso

El Oriflama, nave de los agonizantes

Caían las primeras sobras del 23 de Junio de 1770 cuando en las cercanías del puerto de Valparaíso, fue divisado el bizarro velero español ORIFLAMA, que al mando del Capitán don José Antonio Alzaga y del piloto don Manuel de Buenechea, había zarpado a principios del mismo año, desde el puerto de Cádiz.



El gallardo bergantín ORIFLAMA, bellísima nave española, ingresó al Océano Pacífico impulsada por recios vientos que presagiaron malos momentos a casi 300 pasajeros y tripulantes.
Sucedió que, a poco de navegar, una misteriosa epidemia provocó una horrenda mortandad entre la tripulación, la que se acentuó pronto con una escasez dealimentos que produjo una desesperada hambruna. El Capitán don Juan Esteban de Ezpeleta, que comandaba el velero "Gallardo", ordenó disparar una salva de cañonazos en homenaje a su amigo el Capitán Alzaga, sin embargo, desde la nave de igual matrícula, nadie respondió el saludo. Ezpeleta ordenó alcanzar al silencioso velero, presintiendo que algo grave ocurría a bordo, pero la noche impidió su empeño. Tan solo al otro día un bote, perteneciente al "Gallardo", logró abordar al ORIFLAMA... El espectáculo era sobrecogedor, aterrante, macabro; 149 pasajeros y tripulantes yacían muertos diseminados entre los 106 sobrevivientes, casi todos moribundos.
Los marineros del "Gallardo" no lograron imponerse sobre los verdaderos motivos que produjeron tales efectos, porque los que aún daban señales de ida no podían hablar, ni siquiera moverse. Cuando volvieron al barco del Capitán Ezpeleta, contaron las verdaderas razones del silencio recibimiento por parte de la ORIFLAMA y porqué la nave mantenía solamente una vela izada. El Capitán visiblemente conmovido, ordenó el rápido transporte de víveres y medicamentos, eligiendo de inmediato 40 hombres para socorrer a las víctimas de tan brutal epidemia. Cuando la orden comenzaba a cumplirse y los botes estaban prestos a ser descolgados, un violento temporal comenzó a desencadenarse en la bahía y las naves hermanas empezaron a separarse cada vez más. Todo el día el temporal se ensañó con el "ORIFLAMA" y el mar tempestuoso lo convirtió en un frágil juguete de las olas.
Las primeras sombras de la tarde mostraron de él tan solo un destartalado velero a punto de zozobrar que apenas mostraba su arboladura en lontananza.
Pronto sobrevino la noche, una noche de aguaceros y vientos furibundos. Las jarcias y los mástiles rumoreaban una oración extraña y sobrecogedora. La tripulación del "Gallardo" pensaba que el ORIFLAMA estaba irremediablemente perdido, que a esa hora sus escasos tripulantes y pasajeros habrían expirado gracias al viento frío y al aguacero.
Muchos marineros rezaron por sus compañeros y amigos para que Dios se apiadara de ellos y concediera eterno descanso a sus almas. De pronto, sucedió un alucinante acontecimiento: el velamen del ORIFLAMA comenzó misteriosamente a ser izado y rápidamente el viento inflamó sus velas. Tanto y tanto se hincharon que en un breve lapso la "Nave de los Agonizantes" zarpó con rumbo desconocido.
El ORIFLAMA encendió toda sus luces y, así emgalanada, con sus mástiles y palo mayor iluminados, se alejó velozmente noche adentro.
El Capitán Ezpeleta, aferrado al barandal de proa, no podía convencerse de que cuanto estaba sucediendo era realidad...



Así fue como el hermoso velero gaditano: El ORIFLAMA, ingresaba al misterioso círculo de los "barcos fantasmas" que de tiempo en tiempo aparecen a los marinos que surcan nuestro litoral.
El ORIFLAMA frecuenta los puertos nacionales mostrando sus velas hinchadas, plenamente iluminado y con su macabro cargamento de 300 tripulantes y pasajeros muertos. Esta es la historia del bergantín fantasma llamado también la NAVE DE LOS ANGONIZANTES.


                                                                      Fuente: Relatos y leyendas de Valparaíso

La misteriosa cueva del Chivato

En Valparaíso, en los terrenos que hoy ocupa el edificio del Diario "El Mercurio", desde 1899, existía una cueva excavada en la roca de singular origen. Algunos vecinos aseguraban que su existencia se debía a cateos mineros realizados en tiempos coloniales; otros pensaban que su origen se debía a causas naturales, posiblemente producto de la continua acción del mar; pero los más creían que su nacimiento obedecía a los invencibles poderes del demonio.



La caverna estaba situada muy cerca de unas peligrosas rompientes en donde el mar azotaba con furia. Se comentaba que allí en ese misterioso lugar, el Diablo, transformado en un Chivo maligno, se acercaba al Océano en busca de sirenas que, de tiempo en tiempo, venían hasta los roqueríos a peinar sus húmedas cabelleras.
LA CUEVA DEL CHIVATO, como se la denominó desde el siglo XVII, tomó posesión en la fértil imaginación del pueblo y se fue transformando en un bullente aquelarre de brujos, con poderes sobrenaturales y pleno de extraños y desgraciados acontecimientos.
Muy pronto la CUEVA DEL CHIVATO tomó dimensiones fabulosas y eran muy pocas las personas que se aventuraban de noche a pasar por su fatídico boquerón.
Ubicada en un rocoso promontorio en el faldeo del Cerro Concepción, la cueva quedaba junto al obligado camino que debían seguir quienes transitaban entre el Puerto y el Almendral o viceversa.



La población porteña aseguraba que, de noche, se aparecía el Maligno transformado en un enorme Chivo dueño de tan potente mirada, que podía hipnotizar y petrificar a sus víctimas impidiéndoles cualquier intento de fuga.
Los que lograban huir, lo hacían tan desesperadamente que morían destrozados entre las abruptas rompientes o escapaban abandonando tras sí todas las pertenencias que portaban.
Al camino que pasaba por la CUEVA DEL CHIVATO se le bautizó posteriormente con el nombre de "Calle del Cabo", sendero que terminaba en la QUEBRADA DE ELIAS, actual PLAZA ANIBAL PINTO.
Entre los siglos XVII y XVIII, sólo un reducido número de humildes casas, se levantó en el sector que era el paso obligado de jinetes, carretas, calesas ycoches. Todos preferían hacer la jornada diurna, porque la nocturna arriesgaba a infortunados encuentros con el "Maligno". Tanto fue el terror que creó esta leyenda, que en 1814, la policía optó por crear un farolito sobre una estaca para brindar algo de visibilidad al rocoso promontorio.
Casi a fines del siglo XVIII, don Joaquín de Villaurrutia, prestigioso comerciante vasco adquirió todos los terrenos y casas ubicadas en la Calle del Cabo, incluyendo la misteriosa Cueva del Chivato. De inmediato, se procedió a dinamitar el peñón donde estaba situada la caverna para construir los edificios que servirían de bodegas para sus transacciones comerciales. Cuando la fortuna comenzó a sonreírle, también la desgracia comenzó a ensañarse con él. Innumerables problemas políticos, monopólicos y hasta guerreros comenzaron a preocuparlo.
Villaurrutia, logró ser dueño de una fragata con la que deseaba mantener el régimen colonial, pero muy pronto cayó en poder de los patriotas durante gloriosos acontecimientos producidos en 1821. Aún así la mala suerte siguió a la nave la que fue destruida durante un violento temporal que la estrelló en los roqueríos que existían frente a la CUEVA DEL CHIVATO en 1839.
Corría el año 1833, cuando don José Waddington compró una gran parte del Cerro Concepción, incluyendo los terrenos de la CUEVA DEL CHIVATO y otros en la Calle del Cabo, hoy calle Esmeralda. El comerciante inglés ordenó nuevas demoliciones del fatídico promontorio haciendo desaparecer definitivamente la legendaria Cueva.
Según la tradición, los maleficios del antro maldito alcanzaron también la riqueza de Waddington, muerto en 1876, a los 84 años.



Se cuenta que en 1830, un grupo de marineros ingleses ingresaron a la CUEVA DEL CHIVATO, expulsando de ella a un grupo de vagos y delincuentes de la peor calaña, que habían ubicado allí su centro de operaciones, ellos eran y no otros, los autores de todos los delitos atribuidos al "maléfico" chivo.
El 19 de Julio de 1978, un grupo de autoridades encabezadas por el Intendente y Alcalde de la ciudad, procedieron a descubrir una placa recordatoria en el lugar donde existiera la CUEVA DEL CHIVATO.


                                                               Fuente: Relatos y leyendas de Valparaíso

El comercio de esclavos en Valparaíso

Durante casi dos siglos, Valparaíso tuvo la exclusividad en Chile de ser un mercado de compra y venta de esclavos. No era un comercio en grande, como el que más tarde se produjo cuando los negreros traían a infelices negros "bozales" capturados en las costas de Áfric, para las plantaciones del Perú. Este comercio era ocasional, y mucha veces, según se desprende de documentos conservados durante largos años, algunos de los esclavos eran hijos de madres esclavas, a los que sus amos mandaban a vender, como sobrantes de su servidumbre o para salir de algún apuro monetario.
El 24 de julio de 1660, se protocolizó el documento más antiguo que se conoce, por el cual el maestre del navío "Rosario", don Francisco Barahona, compró un mulatito de 17 años, propiedad de una dama de Santiago, doña Juana Sarfate viuda de Díaz de Sausola. Un año más tarde el sargento mayor don Francisco Tallo Guzmán, aparece vendiendo un negrito en 450 pesos.



También era frecuente vender indios araucanos capturados en la guerra, que eran enviados como esclavos a las haciendas de la costa del Perú. Estos eran más baratos. En 1663 fue firmado un documento por el cual, el capitán Pedro de Torres Figuero, vendió en trescientos pesos, al capitán de barco "Nuestra Señora de Atocha", que partía al Perú, un indio araucano llamado Gapolén.




                                                                                     El Mercurio, Valparaíso
                                                                                       4 de junio de 1961

La primera capilla de Vaparaiso

El jesuita Padre Diego Rosales, en su Historia General de Reyno de Chile, escrita entre los años 1640 y 1650, y que es el documento más completo sobre el primer siglo y medio de vida de Chile, dice a propósito del asalto de Drake a Valparaíso, y de la capilla que aquí existía:
"Prosiguió el Drake su navegación y entró en el puerto de Valparaíso, que es de la ciudad de Santiago, en donde estaba una nave marchante cargada de vino y guardada de solo ocho españoles marineros y tres grumetes, los quales, repuntándolos por gente y vegeles del Perú, les hizieron salva con mucho alvorozo de caxas y trompetas y, les embiaron una barca llena de muchos regalos. Pero los ingleses los asaltaron de improviso y encerrándolos a cuchilladas devajo de escotilla tomaron possession de la nave: escapóse un español a nado que tocó el arma de los españoles, y estos se apercivieron luego para oposición y avisaron a toda la costa; saltaron a tierra los ingleses, saquearon las vodegas, en que avía, mucho vino y tablas de alerze; profanaron la Iglesia, despedazando las sagradas imágenes y robando santos vasos y ornamentos, que como despojos ecclessiasticos los entregaron a su predicante. Puso en tierra a los marineros españoles, escepto al Piloto, que era de nación griego, y le reservó para que guiasse por aquellas costas. Registró la pressa y alló veinte y seis mil pesos de oro finissimo que reducidos a moneda ingesa montan treinta y siete mil coronados".

                                                                  Historia General del Reyno de Chile
                                                                  editada en 1877, en la imprenta de El Mercurio 
                                                                  en Valparaiso, bajo la dirección de Benjamín
                                                                  Vicuña Mackenna, página 46

Los hermanos de la costa

Los Bucaneros, comprendidos dentro del término genérico de piratas, recibían distintos nombres, entre ellos los de filibusteros, término derivado de la voz inglesa "freebooters" o de forbantes, que viene del francés "horsband", que se daba a los individuos que después de las guerras continentales quedaban fuera de las bandas de mercedarios y se dedicaban al pillaje por su cuenta. Pero entre ellos se designaban con una denominación muy especial: hermanos de la costa.


Aunque individualmente eran libres, los hermanos de la costa se sujetaban a un régimen de estricta disciplina. Elegían ellos mismos sus jefes por sufragio y juraban obedecerles y morir bajo sus órdenes. Pero los jefes tenían la estabilidad que les dieran su valor en los combates y la fortuna en sus correrías y en las presas conquistadas. Eran destituidos con la misma facilidad con que los designaban.
Cada hermano de la costa tenía un compañero a quien juraba fidelidad. Combatían siempre el uno al lado del otro. Tenía obligación el que sobrevivía, de dar sepultura al que cayera en la batalla; pero, a su vez, el pacto de hermandad en vida y muerte, le daba derecho a cobrar parte del pillaje que hubiera correspondido a su compañero.
En la repartición de las presas observaban la más completa equidad, correspondiendo una suma mayor solamente al jefe. Los objetos que no podían repartirse, eran rematados, para no crear desigualdades.
Estos demonios del mar mantenían a pesar de su falta de escrúpulos, ciertos ritos religiosos. Basil Ringrose, uno de sus cronistas narra las ceremonias que se cumplían para sepultar a los que morían en el mar, y dice que Sawkins llevaba su puritanismo al extremo de que no permitía ningún pasatiempo en días de fiestas de guardar.
Por su parte, Ravenau de Lussan, bucanero francés dice que los hermanos de la costa de religión católica, tan pronto como asaltaban una plaza, corrían a su catedral para entonar un soemne "Te-deum" para dar gracias a Dios, según su místico aunque brutal concepto.
Muchos de los hermanos de la costa, al enrolarse en esta siniestra fraternidad, dejaban sus nombres verdaderos, a veces de noble linaje, y adoptaban designaciones como las del Olonés, el Vasco, el Exterminador, etc.
Dice uno de los historiadores que "no bien descubrían algún buque, preparaban sus armas y garfios y después que los franceses entonaban el "Magnificat" y el "Miserere", y los ingleses leían un capítulo de la Biblia, cantando salmos, se dirigían a toda vela contra sus adversarios".


Carecían de jueces. Los agraviados se tomaban justicia por su mano, matando al ofensor, y daban luego cuenta a sus compañeros. Estos examinaban los hechos, y si el matador había procedido lealmente, daban sepultura al muerto, sin mayor trámite. En caso contrario, lo ataban a un árbol y cada uno le disparaba un tiro. Así se cumplía la justicia de la Hermandad de la Costa.

                                                    El Mercurio, Valparaíso
                                                      11 de junio de 1961