En 1630, el rey Felipe II de España, donó a la Catedral de Santiago un hermoso Cristo Crucificado y Moribundo" tallado en madera por un reputado escultor japonés. La singular obra fue donada a manera de desagravio por la profanación de que fuera objeto la entonces Capilla La Matriz, ubicada al pie del Cerro Santo Domingo, por el pirata inglés Sir Francis Drake. El célebre pirata, en vista de la pobreza del botín obtenido en el puerto, apenas 60.000 duros, decidió apoderarse de las vinajeras, un crucifijo y el cáliz de oro, zarpando luego en su carabela de cien toneladas "El Pelícano". El Rey Felipe II no precisando el lugar exacto de la profanación, donó el crucifijo a la Catedral de Santiago.
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Queda apenas un gemido, una tenue luz en la leyenda, inmóvil, como una grieta en el mármol, con su fortuna que aún resiste, cargando sus heridas, flaqueando sin soltura, en la ventolera sur, a su negado azar, hacia la escala que desciende. Es el olvido socavando la sortija, y la autoridad con aires de desidia. Es el patrimonio que reclama un gesto, una mirada soslayada, a la ciudad sempiterna que agoniza, es otra noche de luto recostada en la bahía. (Santiago Alonso, agosto 2004)
viernes, 27 de marzo de 2015
El Cristo de La Matríz
La virgen que lloró seis días
En
Valparaíso, sobre uno de los muros de adobe tendido de la Iglesia Matriz de
Jesucristo "El Salvador" o "Iglesia La Matriz del
Salvador" como se le conoce, colgaba una pequeña tela con marco de plata
que representaba el sagrado rostro de la "Virgen de la Aurora".
Según cuenta la tradición, la bellísima pintura de la Madre de Jesús, lloró
durante seis días con motivo del terremoto que azotó al Puerto en 1822.
Gracias a la leyenda, se ha preservado su historia.
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El Oriflama, nave de los agonizantes
Caían
las primeras sobras del 23 de Junio de 1770 cuando en las cercanías del
puerto de Valparaíso, fue divisado el bizarro velero español ORIFLAMA, que al
mando del Capitán don José Antonio Alzaga y del piloto don Manuel de
Buenechea, había zarpado a principios del mismo año, desde el puerto de
Cádiz.
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La misteriosa cueva del Chivato
En
Valparaíso, en los terrenos que hoy ocupa el edificio del Diario "El
Mercurio", desde 1899, existía una cueva excavada en la roca de singular
origen. Algunos vecinos aseguraban que su existencia se debía a cateos
mineros realizados en tiempos coloniales; otros pensaban que su origen se
debía a causas naturales, posiblemente producto de la continua acción del
mar; pero los más creían que su nacimiento obedecía a los invencibles poderes
del demonio.
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La caverna estaba situada muy cerca de unas peligrosas rompientes en donde el mar azotaba con furia. Se comentaba que allí en ese misterioso lugar, el Diablo, transformado en un Chivo maligno, se acercaba al Océano en busca de sirenas que, de tiempo en tiempo, venían hasta los roqueríos a peinar sus húmedas cabelleras. |
LA CUEVA
DEL CHIVATO, como se la denominó desde el siglo XVII, tomó posesión en la
fértil imaginación del pueblo y se fue transformando en un bullente aquelarre
de brujos, con poderes sobrenaturales y pleno de extraños y desgraciados
acontecimientos.
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El comercio de esclavos en Valparaíso
Durante casi dos siglos, Valparaíso tuvo la exclusividad en Chile de ser un mercado de compra y venta de esclavos. No era un comercio en grande, como el que más tarde se produjo cuando los negreros traían a infelices negros "bozales" capturados en las costas de Áfric, para las plantaciones del Perú. Este comercio era ocasional, y mucha veces, según se desprende de documentos conservados durante largos años, algunos de los esclavos eran hijos de madres esclavas, a los que sus amos mandaban a vender, como sobrantes de su servidumbre o para salir de algún apuro monetario.
El 24 de julio de 1660, se protocolizó el documento más antiguo que se conoce, por el cual el maestre del navío "Rosario", don Francisco Barahona, compró un mulatito de 17 años, propiedad de una dama de Santiago, doña Juana Sarfate viuda de Díaz de Sausola. Un año más tarde el sargento mayor don Francisco Tallo Guzmán, aparece vendiendo un negrito en 450 pesos.
También era frecuente vender indios araucanos capturados en la guerra, que eran enviados como esclavos a las haciendas de la costa del Perú. Estos eran más baratos. En 1663 fue firmado un documento por el cual, el capitán Pedro de Torres Figuero, vendió en trescientos pesos, al capitán de barco "Nuestra Señora de Atocha", que partía al Perú, un indio araucano llamado Gapolén.
El Mercurio, Valparaíso
4 de junio de 1961
La primera capilla de Vaparaiso
El jesuita Padre Diego Rosales, en su Historia General de Reyno de Chile, escrita entre los años 1640 y 1650, y que es el documento más completo sobre el primer siglo y medio de vida de Chile, dice a propósito del asalto de Drake a Valparaíso, y de la capilla que aquí existía:
"Prosiguió el Drake su navegación y entró en el puerto de Valparaíso, que es de la ciudad de Santiago, en donde estaba una nave marchante cargada de vino y guardada de solo ocho españoles marineros y tres grumetes, los quales, repuntándolos por gente y vegeles del Perú, les hizieron salva con mucho alvorozo de caxas y trompetas y, les embiaron una barca llena de muchos regalos. Pero los ingleses los asaltaron de improviso y encerrándolos a cuchilladas devajo de escotilla tomaron possession de la nave: escapóse un español a nado que tocó el arma de los españoles, y estos se apercivieron luego para oposición y avisaron a toda la costa; saltaron a tierra los ingleses, saquearon las vodegas, en que avía, mucho vino y tablas de alerze; profanaron la Iglesia, despedazando las sagradas imágenes y robando santos vasos y ornamentos, que como despojos ecclessiasticos los entregaron a su predicante. Puso en tierra a los marineros españoles, escepto al Piloto, que era de nación griego, y le reservó para que guiasse por aquellas costas. Registró la pressa y alló veinte y seis mil pesos de oro finissimo que reducidos a moneda ingesa montan treinta y siete mil coronados".
Historia General del Reyno de Chile
editada en 1877, en la imprenta de El Mercurio
en Valparaiso, bajo la dirección de Benjamín
Vicuña Mackenna, página 46
Los hermanos de la costa
Los Bucaneros, comprendidos dentro del término genérico de piratas, recibían distintos nombres, entre ellos los de filibusteros, término derivado de la voz inglesa "freebooters" o de forbantes, que viene del francés "horsband", que se daba a los individuos que después de las guerras continentales quedaban fuera de las bandas de mercedarios y se dedicaban al pillaje por su cuenta. Pero entre ellos se designaban con una denominación muy especial: hermanos de la costa.
Aunque individualmente eran libres, los hermanos de la costa se sujetaban a un régimen de estricta disciplina. Elegían ellos mismos sus jefes por sufragio y juraban obedecerles y morir bajo sus órdenes. Pero los jefes tenían la estabilidad que les dieran su valor en los combates y la fortuna en sus correrías y en las presas conquistadas. Eran destituidos con la misma facilidad con que los designaban.
Cada hermano de la costa tenía un compañero a quien juraba fidelidad. Combatían siempre el uno al lado del otro. Tenía obligación el que sobrevivía, de dar sepultura al que cayera en la batalla; pero, a su vez, el pacto de hermandad en vida y muerte, le daba derecho a cobrar parte del pillaje que hubiera correspondido a su compañero.
En la repartición de las presas observaban la más completa equidad, correspondiendo una suma mayor solamente al jefe. Los objetos que no podían repartirse, eran rematados, para no crear desigualdades.
Estos demonios del mar mantenían a pesar de su falta de escrúpulos, ciertos ritos religiosos. Basil Ringrose, uno de sus cronistas narra las ceremonias que se cumplían para sepultar a los que morían en el mar, y dice que Sawkins llevaba su puritanismo al extremo de que no permitía ningún pasatiempo en días de fiestas de guardar.
Por su parte, Ravenau de Lussan, bucanero francés dice que los hermanos de la costa de religión católica, tan pronto como asaltaban una plaza, corrían a su catedral para entonar un soemne "Te-deum" para dar gracias a Dios, según su místico aunque brutal concepto.
Muchos de los hermanos de la costa, al enrolarse en esta siniestra fraternidad, dejaban sus nombres verdaderos, a veces de noble linaje, y adoptaban designaciones como las del Olonés, el Vasco, el Exterminador, etc.
Dice uno de los historiadores que "no bien descubrían algún buque, preparaban sus armas y garfios y después que los franceses entonaban el "Magnificat" y el "Miserere", y los ingleses leían un capítulo de la Biblia, cantando salmos, se dirigían a toda vela contra sus adversarios".
Carecían de jueces. Los agraviados se tomaban justicia por su mano, matando al ofensor, y daban luego cuenta a sus compañeros. Estos examinaban los hechos, y si el matador había procedido lealmente, daban sepultura al muerto, sin mayor trámite. En caso contrario, lo ataban a un árbol y cada uno le disparaba un tiro. Así se cumplía la justicia de la Hermandad de la Costa.
El Mercurio, Valparaíso
11 de junio de 1961
Dice uno de los historiadores que "no bien descubrían algún buque, preparaban sus armas y garfios y después que los franceses entonaban el "Magnificat" y el "Miserere", y los ingleses leían un capítulo de la Biblia, cantando salmos, se dirigían a toda vela contra sus adversarios".
Carecían de jueces. Los agraviados se tomaban justicia por su mano, matando al ofensor, y daban luego cuenta a sus compañeros. Estos examinaban los hechos, y si el matador había procedido lealmente, daban sepultura al muerto, sin mayor trámite. En caso contrario, lo ataban a un árbol y cada uno le disparaba un tiro. Así se cumplía la justicia de la Hermandad de la Costa.
El Mercurio, Valparaíso
11 de junio de 1961
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