martes, 11 de julio de 2017

Valparaíso en 1814

Vicente Pérez Rosales


La comunicación del puerto con El Almendral no era expedita, puesto que el mar, azotando en las altas mareas con violencia las rocas de la caverna llamada La Cueva del Chivato, cortaba en dos partes la desierta playa.

Entonces ahora, en los veranos, muchas familias de Santiago, por buscar expansión y mejor aire, trocaban las comodidades del aristocrático hogar, ya por las rústicas e incómodas ratoneras de sus casas de campo, ya por los no menos incómodos alojamientos que se procuraban en los puertos marítimos, a donde acudían a bañarse, a torear la ola, a ver barcos y a recoger caracolitos para regalar a las amigas a su vuelta a Santiago.
Y tenían razón de huir de tan poco higiénica población las gentes en los veranos.
En pos de respirar más puros aires, encontrábase entonces mi familia respirando el que en aquella época corría en el desgreñado Valparaíso: ambiente que, si entonces era hediondo, merece por lo menos el premio de la perseverancia, pues ha sabido conservar, sino aumentar, sus quilates hasta la época presente.
Nuestro Valparaiso comenzaba apenas en el año de 1814 a abandonar la cáscara que encubría su casi embrionaria existencia. La aristocracia, el comercio y las bodegas se daban la mano para no alejarse de la iglesia matriz; y el gobernador vivía encaramado en el castillo más inmediato, que era uno de los tres que defendían el puerto contra las correrías de los piratas. Lo que es ahora suntuoso Almendral. era a modo de una calle larga formada de ranchitos y del tal cual casucho de teja, arrabal por donde pasaban, para llegar al puerto, las chillonas carretas y las pocas recuas de mulas que conducían frutos del país para embarcar y para el escaso consumo de aquella aldea. Toda la playa, desde ese extremo al otro de la bahía. era desierto que sólo visitaban lasa mareas, y en el cual, en medio del sargazo y junto a algunas estacas donde los pescadores colgaban sus redes para orearlas, se veían varados algunos de los informes troncos de árboles ahuecados que llevan aún el nombre de canoas.
La comunicación del puerto con El Almendral no era tampoco expedita, puesto que el mar, azotando el las altas mareas con violencia las rocas de la caverna llamaba Cueva del Chivato, cortaba en dos partes la desierta playa. Recuerdo que la policía, para evitar los robos que solían hacerse de noche en aquel estrecho paso, colocaba en él, suspendido de una estaca, un farolito de papel con su guapa vela de sebo de a cinco el real. Con decir que los zapatos se mandaban a hacer a Santiago, basta para dejar sentado que, después de San Francisco de California, con iguales recursos, ningún pueblo de los conocidos ha aventajado a Valparaíso, ni en la rapidez de su crecimiento ni en su importancia relativa, sobre las aguas de los mares occidentales.
Entre los contados cascarones que mecían las aguas de aquella desierta bahía, sobresalía imponente, al mando del bizarro comodoro David Porter, la hermosa Essex, fragata norteamericana de cuarenta cañones, cuya alegre marinería en los cerros, y su no menos festiva oficialidad en los planes, daban a la dormida aldea un aspecto dominguero, lo cual por lo mismo que era bueno, no pudo ser de larga duración.
Habían ocurrido de nuevo al desastroso recurso de las armas la antigua Inglaterra y su altiva y recién emancipada hija Norteamérica. Buscábase sus respectivas naves en todos los mares para desplazarse, cuando, en medio del contento que esparcía en Valparaíso la estadía de la Exsse, se vio con espanto en la boca del puerto, aparecer en demanda de ella a la Phoebe y a la Cherub, dos poderosos buques de guerra británicos, que, a todo trapo, tiraban a acortar las distancias para cañonearla.
Hízose fuego desde tierra para indicar a los agresores, con los penachos de agua que lanzaban las balas de nuestros castillos, hasta donde alcanzaba nuestra jurisdicción marítima y el propósito de sostener nuestra neutralidad en ella, lo que parecieron comprender los ingleses, pues ese día y el siguiente limitaron su acción a simples voltejeos fuera de tiro de cañón.
Recuerdo que, en la tarde del 28 de marzo, cuando estaban en lo mejor vaciando algunas botellas en casa de las Rosales, algunos de los oficiales de la Essex que habían bajado en busca de provisiones frescas, el repentino estruendo de un cañonazo de ésta les hizo a todos lanzarse a sus gorras, y sin más despedida que el fantástico adiós para siempre del alegre y confiado calavera, saltar, echando hurras en su bote.
Muchas familias acudieron a los cerros, para mejor presenciar lo que calculaban que iba a pasar, y vimos que la Essex, aprovechando de un viento fresco y confiada en su superior andar, se disponía a forzar el bloqueo, ya que no le era posible admitir el desigual combate que se le ofrecía, cuando las naves inglesas, temerosas de que se les escapara la codiciada presa, la atacaron en el mismo puerto. Faltóle el viento a la Essex en su segunda bordada, quedando en tan indefensa posición que llegamos a creerla encallada, y allí a pesar de los disparos de nuestras fortalezas, para que los ingleses no siguieran su obra de agresión dentro de nuestras mismas aguas, fue la Essex despedazada y rendida.
Tal fue la primera lección de Derecho Público, positiva y práctica, que me hizo apuntar en la cartera de mis recuerdos la culta Inglaterra, pues ni siquiera dio después al amigo cuya casa había atropellado, la más leve satisfacción.

Recuerdos del pasado