jueves, 20 de agosto de 2020

Tributo al Gitano Rodríguez (En la Universidad de Valparaiso)





A Osvaldo Rodríguez le decían así porque era crespo, medio agitanado y elegante. En un momento en que hacían falta miradas nuevas él la tuvo. "Hizo una canción que cualquier músico daría la vida entera por hacerla", dice Jorge Coluón, uno de los amigos del creador porteño a quien ayer se le rindió tributo en la Universidad de Valparaíso.


Incluso Sting, el compuesto británico, hizo una canción llamada Valparaíso. Pero suena bien distinta al clásico Valparaíso (Yo no he sabido nunca de su historia), del Gitano Rodríguez, uno de los primerísimos que entonó al viento su amor hacia el puerto, por ahí en los míticos años setenta.

"Nuestra generación tuvo una mirada distinta. No fuimos tremendos músicos, más bien dimos vuelta el punto de vista. Ese fue el mérito de esa generación. A lo Fernando Flores: pusimos la periferia la centro", recordó Jorge Coulón.

El Gitano Rodríguez fue cantor, poeta, pintor y eterno enamorado que zarpó varias veces del puerto. Sus amigos todavía conservan recuerdos y sueños compartidos que desempolvan del olvido, como lo hicieron ayer, en el homenaje que rindieron a las 12 horas, en el aula Magna de la Facultad de Derecho de la Universidad de Valparaíso.

En el acto fue organizado por el Departamento de Extensión de esa casa de estudios y la productora Vicio Secreto. Participarán los músicos nacionales Patricio Anabalón, Francisco Villa, entre otros, y los poetas, Nelson Osorio, Santiago Barcaza y Marcelo Uribe. Todos ellos intentarán recuperar la memoria de Osvaldo Rodríguez y su herencia poética.

Aunque fue a través de una canción que logró fama, la mayor parte de la obra del Gitano es literaria. En ella cohabitan textos como Estado de emergenciaDiario del doble exilioCantores que reflexionanCanto de Extramuros -texto que prologó el escritos argentino Julio Cortázar- 101 canciones de amor y cuatro sonetos del olvidoContrapunto de amorEscrito en Niza, Berlín y los recuerdosCon sus ojos de extraño mirar y Casitango.

El padre del hippiesmo en Chile
En la calle Clave N° 23, casi esquina de Errázuriz, corría el día 26 de julio del año 1943 cuando parieron al segundo de tres hermanos, en los brazos de la que después fuera la tía regalona y compinche -Georgina Castro- cómplice de las andanzas de un chiquillo medio bohemio.

Cuando niño estuvo en un emperifollado colegio del puerto, el McKay, pero se desordenó un poco: su padre los sacó de ahí y se fue a estudiar a un liceo de Quilpué, donde conoció a uno de sus primeros amores, Chantal.

"Es un personaje legendario al que le ocurrieron muchas cosas. Artista dotado que vivió al límite. Cuando se enamoró de su primera mujer, Chantal, la familia de ella no quería saber nada. El como que se la robó y se fueron juntos", recordó Poli Délano.

Decía conocer todos los cerros y cada rincón de Valparaíso y territorios cercanos, como Tunquén, que fuera el lugar de veraneo y canturreo de su juventud que, más tarde, recordó en Legión de álamos.

"En la tierra de Tunquén, el viento viene desde el mar y sopla el día entero/ Desde hace muchos años, muchas nubes, muchos fuertes fríos y calientes, desprendieron del cielo aquella fuerza, empujando los vientos hacia la tierra de Tunquén", dice uno de sus poemas.

Así fue estampando sus huellas poéticas en dibujos y canciones, las que registró en dos discos: El Tiempo de vivir y Los pájaros sin mar. Anduvo de noche desentumiendo los huesos en el Roland Bar, donde reclamó para sí "la invención del hippiesmo en Chile". En la misma época tuvo una agencia de cartas para las prostitutas de Valparaíso. Escribía misivas para las enamoradas mujeres y éstas le daban el sustento en días en que vivía con los pescadores.

Fue un trotamundos voluntario la mayoría de las veces y forzado en otras. A los 21 años partió a Brasil. Allá conoció Dorival Caimmi -uno de los padres del bossa-nova-, Diego de Melo, Chico Buarque de Hollanda, Caetano Veloso y Gilberto Gil. El itinerario continuó con un viaje a Francia, motivado por la poesía de Charles Baudelaire, parte de cuya obra tradujo. A su regreso, introdujo la canción brasilera de los setenta en Chile.

El viejo puerto

Y de aquella melodía que superó las fronteras, "Yo no he sabido nunca...", cuentan que en 1968 hubo una exposición llamada Poemas ilustrados y uno de los textos, con su correspondiente pintura, fue la versión original de la canción.

"Luego de la exposición, el cuadro quedó colgado casi diez años en uno de los muros de mi casa, hasta que llegó Thiago de Mello (prolífico literato y filántropo brasilero), lo estuvo observando largo rato y dijo: 'Esto es una canción'. Eso fue allá por el año sesenta y nueve. Entonces le puse música", dijo alguna vez el mismísimo Gitano.

"Nelson Osorio, el mentor de Osvaldo Rodríguez, cuenta que el verso original de 'Valparaíso ...' era Porque yo nací pobre y siempre tuve miedo a la pobreza'. Entonces, Osorio le dice: ¡Oye Gitano, tú no naciste pobre y los pobres no le tienen miedo a la pobreza, le tienen rabia!. Y por eso lo cambió a: Porque no nací pobre y siempre tuve un miedo inconcebible a la pobreza'", comentó Anabalón.
Su tía Georgina, aún conserva la primera guitarra en que aprendieron juntos a cantar. También guarda algunos recuerdos del tiempo que se reunía con sus amigos en el bar, donde cada noche cantaba el famoso vals.

Era un enamorado de sus mujeres y del folclor que diseminó por recitales y compartió con amigos como Patricio Manns y Violeta Parra -con quien cantó una temporada- y luego hizo la música del poema de Nicanor Parra Defensa de Violeta Parra.

Un capítulo a parte fue la vida en el exilio del Gitano. Allá en Praga conoció a Viera (su segunda esposa) y escribió El espejo de los dioses o Canto latinoamericano a una muchacha de Praga. En Alemania cayó rendido frente a Silvia, la mujer que desposó en Italia, en terceras nupcias. En esos años compuso Ezeiza, Laura, Ignacio, canción para mi hijo y Canción de Ezeiza.

"En el exilio, una de sus características era que sus recitales incluían un tema de cada país de Latinoamérica para dar a conocer el folclor", contó Anablón.

En la trama, se cruzó en Europa con muchos otros chilenos -entre ellos- Coulón y Poli Délano, quien sólo lo conocía de oídas hasta que coincidieron en una velada literaria, en Frankfurt.

"Llegué y me encontré al Gitano Rodríguez. Pensé ¿qué hace el Gitano en un encuentro de escritores? Yo lo ubicaba como compositor. En ese tiempo, él vivía en Checoslovaquia y estaba haciendo un doctorado en literatura. En ese encuentro conoció Silvia. Era un artista versátil. Un tipo de mucho corazón, de mucha historia sentimental. Hicimos un viaje de Frankfurt a París juntos con Jaime Valdivieso, Luis Bocaz, el Gitano y yo", recuerda el escritor que redactó una leyenda para un disco del porteño.

"Qué daría por estar el año nuevo allá", le escribía a la tía, que en esos años organizó un acto masivo en que lanzó una botella a la mar con un papel llamando al Gitano de vuelta a su tierra.

"Se vino con toda el alma, apenas le levantaron el permiso. Estaba seguro que cuando él llegara, las puertas de la universidad se le iba a abrir. Estudió varias carreras, en La Sorbone y en Praga. Pero al llegar acá, no se le abrió ni una puerta. La gente docente es un poquito envidiosa", dice su tía Georgina, ahora octogenaria y lúcida, como justificando algo.

Dicen que fue tal cual como lo cuentan y aunque los alumnos de la Universidad de Valparaíso lo eligieron, como el mejor profesor, de poco le valió al momento de seguir trabajando. No le renovaron el contrato y volvió a Europa. Murió un domingo 8 de mayo de 1996, en Barlodino.

"Acá, me alcanzó a contar de sus penas del choque que le produjo el regreso. Lo conversé con él, que había que volver sin muchas expectativas. El Gitano mitificó mucho, especialmente el regreso. Vivía para Valparaíso. Era su obsesión y su amor. Lástima terrible que Valparaíso no estaba preparado. Quizás hoy estaría más preparado para recibirlo", explica el integrante de Inti Illimani.

Jorge Coulón, que se instaló con camas y petacas en el puerto, porque "el Gitano le vendió el cuento", mantuvo una prologada amistad literaria con él y, de alguna forma, busca pagar las deudas intentando conseguir que declaren al puerto patrimonio de la humanidad o, al menos, que lo reconozcan como patrimonio nacional.

"La obra más grande del Gitano fue él mismo. Desgraciadamente, la gente como él, en este país, despierta más odiosidad que amor. Acá no se acepta a los que no entran en el montón. De repente, por envidia, por temor... ¿Qué sé yo? El Gitano fue el primero que hace muchos, pero muchos años, habló de nombrar a Valparaíso patrimonio de la humanidad. Hace 20 años atrás. Esta cuidad debiera acogerlo mejor", dijo el músico.

sábado, 23 de mayo de 2020

LA PIEDRA FELIZ


Antonio Acevedo Hernández
Leyendas Chilenas

Perfil agrio, estructura de altar: arriba, el cielo, el frente, el mar,
más allá la lejanía y, a retaguardia, la colina ostenta,
perdida entre los jardines y arbolados, las últimas residencias del puerto.




Como una leyenda ha penetrado en mi estructura espiritual la Piedra Feliz, engastada en la playa de Valparaíso. Como leyenda la doy. Hago este pequeño preámbulo para desviar la sonrisa de los eruditos, que acaso no me perdonarán mis interpretaciones literarias de las leyendas que, según ellos, así expresadas, no caben dentro de la ciencia del folklore. Los tiernos de corazón pueden leer este relato que, a mi juicio, tiene mucho de eternidad aunque como crónica esté expresado.
No puede ser mas romántica las escena donde la Piedra Feliz destaca su trágico perfil. Está situada en ese encantador sitio que los porteños llaman Las Torpederas. Hasta allí llega en un tranvía que hace el recorrido por la orilla del mar y los hermosos jardines situados en los acantilados y base de los cerros. Pasa en tranvía frente a la caleta de los pescadores, cubierta de redes, de botes de descanso - según la hora - y de los hombres y mujeres que se dedican a las labores de la pesca y sus derivados. En la altura de las colinas se extiende el soberbio Parque de Playa Ancha, que sabe de muchas intimidades y tragedias en que ha oficiado el amor, a veces disfrazado de odio. Luego alcanza un balneario ornado por la sonrisa del mar.
Ahora está desierto, pero en los veranos rebosa de opulencias femeninas y se acribilla de greguerías y discretos. Sabios balleneros, discretos fotógrafos y no menos eruditas camareras, podrían escribir la historia privada del balneario.
Senderos de cemento, practicados sobre las rocas orilleras, condicen a los arrecifes familiares. Un camino ¨macadanizado¨ lleva a un lugar donde avanza hacia las aguas una gran roca que se ve aislada, tiene una baranda de hierro y se asoma atrevidamente sobre el océano. Es un sitio muy concurrido por ser centro de un paisaje verdaderamente maravilloso.
Perfil agrio, estructura de altar; arriba, el cielo, al frente, el mar, más allá, la lejanía y, a retaguardia, la colina que ostenta, perdida entre los jardines y arbolados, las últimas residencias del puerto. En el mar, la famosa boya de El Toro, ritmo de angustias en las horas de tempestad, guardián que impide con sus mugidos que los barcos deriven hacia las rompientes fatales.
Línea de bruma impalpable, del un gris de ensueño la curva del horizonte, tamiz de cendales luminosos cubre las colinas lejanas, el sol se derrama en brillo hacia todas las direcciones; atrás, mosaico de flores, manchas de ciudad, movimiento. Hacia el puerto, floresta de mástiles, manchas de barcos; más cerca del forraje palpitante del Parque; canto de órgano inmenso, el mar; suavidad de confidencia, las frondas. Olas, caravanas de olas, armonías en verde valoradas por el blanco de las espumas. Movimiento incesante, dibujos inestables que se repiten millones de veces sin reproducir en sus detalles el mismo movimiento. Rocas negras, saladas de mar, cubiertas por grandes cabelleras de algas que peinan las aguas; intersticios caprichosos que lame la furia líquida del océano que lanza sin cesar su embate contra las rocas y se resuelve en surtidores que arden gris y que, al romperse, se reintegran al mar verde que ondula, que se hincha y no se cansa jamás de precipitarse.
Mientras más se acerca el crepúsculo, mayor es el esfuerzo de las olas, más alto se quiebran los surtidores; entonces la Piedra Feliz aparece envuelta en polvo de cristal y se hace más legendaria.
Se sube a la escala a la cima de la roca que más que roca es altar, a sus pies, rompe el océano y yacen, como negros animales en reposo, enormes olas que hinchan sus lomos sobre las aguas. Las olas siguen quebrándose sin descanso sobre las rocas agrias de la costa, de las que - como he dicho - forma parte, de la Piedra Feliz.
Viene el atardecer. El sol se acerca a la línea del horizonte; el mar dibuja una ruta de oro que es como el alma del sol que se derrama en suntuosidad inimitable; la lejanía es tenuemente violeta; y perla el mar; el cielo, en su límite con la tierra y con el agua es de color jacinto o de un azul transparente, fino como cedral tembloroso tejido para envolver bellezas increadas, Nubes caprichosas, luminosas de tonos, inmóviles. Dentro de esta suntuosidad, siempre el canto del mar, la angustia de la hora, la leyenda de la Piedra Feliz, la confidencia de la brisa y el desear sin forma. Luego la semiluz, una línea roja de fuego y el oro en el horizonte, púrpura de arrebol en todo. 
La leyenda se hace carne de eternidad. 


¿Quién podrá definir jamás el amor? ¿Quién encontrará la interpretación de la muerte? Se le teme a la muerte y se busca el amor y parece demostrado que amor y muerte caben en un mismo rasgo, en un mismo suspiro.
La Piedra Feliz. Ahí está: su aspecto ya lo he dicho, es el de un altar; se podría adorar a Dios ante la majestad del océano. Dios lo forma todo, lo desintegra todo, y de sus fragmentos crea nuevas formas. en esa Piedra oficia la Muerte. Se habla de la roca Tarpeya. Esta piedra no llega al símbolo histórico, es solo sitio de romance.
Hasta ella han llegado en muchas ocasiones los amantes crucificados por los obstáculos cotidianos, los creyentes en su propio amor, los que no podrían mirar por otros ojos ni sufrir otros dolores que los que en ellos han forjado una idea, un deseo y un destino. La senda hace una sola trayectoria, de corazón a corazón; el beso es más que un voto y que un juramento; el abrazo, el lazo que une dos cuerpos y almas, y el mundo, una mueca cruel, un diente envenenado. Ellos no pueden vivir en su amor y se inmortalizan sacrificando sus vidas después de un beso pleno, de una lágrima purificadora. Para ese objeto han buscado la piedra y la hora en que aparecen los astros, la hora en que se aparece el romance, cuando la luna es de plata más pura. Ellos escriben la última estrofa al descenso envueltos en su infinito anhelo de dolor y de amor hacia el canto del mar.
La Piedra Feliz ha sido el barco que los ha conducido hacia la eternidad azul del silencio eterno.


domingo, 16 de julio de 2017

VALPARAISO PANORAMICO


VALPARAISO PANORAMICO - Valparaiso, junio de 1924


Algunos aspectos historicos, politicos y administrativos de Valparaiso, a contar desde la lndependencia,

 


Estudio escrito especialmente como introducción para el "Album Panoramico Valparaiso", editado con motivo del arribo de la nave "ltalia".


Nos proponemos consignar en síntesis compendiada y con breves consideraciones que sugieren 1os hechos, algunas noticias generales, ya históricas, ya políticas, como administrativas, sociales y estadísticas, sobre Valparaiso, capital de la provincia de su nombre, la segunda ciudad de Chile y el puerto más importante de toda la costa del Pacífico desde el extremo Sur hasta San Francisco de California.
Si tuviésemos que valernos de un solo rasgo, tratándose de la característica primaria y comercial de Valparaiso, que abarque su vida histórica antigua y moderna, tan pobre y dilatada la primera como breve y pujante la segunda, diríamos que Valparaiso es la hija predilecta de la República; porque su transformación, progreso y desarrollo, datan exclusivamente de la era republicana.  
Valparaiso constituye el ejemplo mis elocuente del poderoso y benéfico influjo que ejercen en la suerte de los pueblos las instituciones liberales, la paz, el orden, el firme comercio con todas las naciones de la tierra y la civilización y la cultura que son su consecuencia. Valparaiso, como ninguna otra ciudad de Chile, es un producto de la República.
Antiguamente, o dicho con más propiedad, en el periodo colonial, era el Callao el puerto que hacia sentir su incontrarrestable influencia desde San Francisco de California por el Norte hasta Chiloé por el Sur, el lejano archipiélago que también dependía administrativamente del Perú.
Siglo y medio antes de que alumbrara en nuestro horizonte el glorioso año de 1810, el Callao, como puerto y fortaleza tenía una superioridad no discutida por lo enorme. Con el titulo de ciudad desde 1671, cuando Valparaiso era un villorrio miserable; en el terremoto que arruinó al Callao el 28 de Octubre de 1746 perecieron envueltas entre las olas más de cinco mil personas. Ya podrá juzgarse de la importancia de la población por el solo dato.
Ahora, la población de Valparaiso en 1810, era apenas de cinco mil almas, es decir, no alcanzaba en total ni al solo número de víctimas que sesenta años antes había tenido el Callao en una noche de horrible memoria.
Toda aquella grandeza como puerto comercial y como plaza de guerra, estaba constituida, sin embargo, sobre privilegios que importaban una verdadera expoliación. El cambio de régimen traería la libertad de comercio; y de ahi que los traficantes del Perú no se hallasen dispuestos a favorecer, lo mismo que otras clases del país, Ia adopción del régimen por que luchaban los patriotas y que Chile tuvo que llevar al Perú en los reflejos de las bayonetas de la memorable Expedición Libertadora.
Esa expedición de 1820, con San Martín y Lord Cochrane a la cabeza, salió de Valparaiso, que ya comenzaba su transformación vigorosa, a la sombra de las nuevas instituciones. El régimen colonial, restrictivo y exclusivista, detuvo el desarrollo de Valparaiso para dárselo al Callao, hijo del monopolio. Dentro del pais, todavia, la importancia de Valparaiso era inferior a Concepción, la capital del Sur y a La Serena, centro de la actividad del Norte. La Gobernación de Valdivia, también era de un rango superior. Los diez años siguientes a la proclamation de la independencia, bastaron para hacer del pobre y raquítico caserío un pequeño emporio abierto a las banderas de todas las naciones del mundo. Valparaiso no necesitaba de privilegios para transformarse y surgir: solo necesitaba de las brisas tonificantes de la libertad.



********************


Durante toda la Colonia figura simplemente como el puerto de Santiago, sin orgullosa y aristocrática metrópoli. Fue esa misma la denominación usada por el muy ilustre Don Pedro de Valdivia en el poder que confirió aquí al almirante genovés Pastene el 3 de Septiembre de 1544, cuando dijo textualmente: ¨y ahora de nuevo nombro y señalo este puerto de Valparaiso para el trato de esta tierra y ciudad de Santiago. . . ¨ Valparaiso era, pues una dependencia de Santiago y bajando en categoría hasta fui, en el siglo XVI una dependencia de Quillota, cuyo corregidor debía trasladarse en su mula a dar el permiso correspondiente cada vez que algún capitán de buque lo necesitaba para seguir hasta Arica o el Callao, únicos puertos abiertos entonces por la autoridad real, en beneficio de un comercio que lo formaban exclusivamente el trigo, el charqui y el sebo. El Perú introducía cada año en Valparaiso cerca de 80.000 arrobas de azúcar que se vendían a razón de dos pesos seis reales y hasta cuatro y más pesos cuando el temor a las naves enemigas paralizaba los viajes. Era este el más importante de los artículos de esa importación: en pos de el venían los tejidos ordinarios de algodón o de lana, el arroz y el cacao y por último el tabaco  comprado por el Tesoro real para surtir las oficinas del estanco. El comercio entre Chile y el Perú se hacían por medio de unos veinte y cinco o treinta buques pertenecientes en su totalidad a los armadores del Callao. Y como estos armadores peruanos eran también compradores de los artículos de Chile, ejercían una especie de monopolio, imponiéndoles un precio tan bajo que no dejaba sino muy reducida utilidad, a los productores chilenos.
Toda esta situación de vejamen e injusticia desaparecería junto con proclamarse la libertad  de comercio; así como desaparecería con la independencia la mayor ignominia de nuestro mercado local. Nos referimos al tránsito de esclavos africanos. Porque Valparaiso era el asiento de un vasto comercio de negros traídos del África, por la vía de Buenos Aires  destinados al Perú. Los negros se vendían en Valparaiso al precio corriente de cuatrocientos pesos por cabeza y eran llevados a su destino, el Perú, en la bodega de los buques, amarrados o con cadenas, para evitar que se sublevasen, En Chile, con lo barato de los jornales, tampoco convenía servirse de estos negros esclavos; de modo que una razón económica obraba más fuertemente que todas las razones de humanidad.


********************


El florecimiento iniciado en 1811 con la declaración de la libertad de comercio, no vino a tomar vuelo sino después de la victoria de Chacabuco. Desde Octubre de 1818 hasta mediados de 1822 se despacharon por la Aduana de Valparaiso más de trescientos buques, la mayor parte de los cuales habían llegado con carga de mercaderías extranjeras para regresar con frutos del país. Y las entradas de este ramo, que en 1809 produjeron muy  poco más de veinte mil pesos, alcanzaron en el año de 1817 a $ 260.000 En 1826 se recaudaron por la Aduana. de Valparaiso ochocientos mil pesos y en 1811, en víspera de ser declarado el puerto de Valparaiso la capital de una provincia, un millón y medio, cantidades todas que deben entenderse en oro de 48 peniques.
Cuatro años antes de esta u!tima fecha, consignamos aquí el hecho por su alto significado internacional, habían llegado inesperadamente a nuestra bahía el buque ¨Santa Susana¨,  que enarbolaba la bandera española. En apuros viose por momentos el Gobernador de Valparaiso don Victorino Garrido, porque subsistía aún el entredicho de la guerra de la Independencia. La Santa Susana, era el primer buque español que se veía por acá desde la liquidación de la guerra. Pero, consultado el caso a Santiago, se le contestó al Gobernador que recibiese el buque en libre plática, como el de todas Ias naciones amigas.
Respecto de Ia población, los cinco mil habitantes de 1810 se habían transformado en más de 40.000 al ser ungido Valparaiso como cabecera de una provincia, la más pequeña en extensión de todas las de nuestro territorio; pero con rasgos y particularidades que la distinguían honrosamente entre todas, como más adelante expondremos.

La creación de esta provincia es también buena prueba de que Valparaiso ha tenido que gastar no pocos esfuerzos ante los poderes públicos para obtener ciertos derechos elementales, invocados en nombre de la región. Cuando hemos dicho que Valparaiso es la hija predilecta de la República no queremos decir, porque eso sería contrario a la verdad, que Valparaiso haya disfrutado o disfrute de regalías fiscales en ayuda de su progreso.




jueves, 13 de julio de 2017

S. E. Don Pedro Montt ( In Memoriam)




En Bremem, el 16 de agosto de 1910

A la altura de esta página la impresión de nuestra obra, nos ha sorprendido la dolorosa noticia del fallecimiento de S. E. el Presidente de la República, don Pedro Montt, acaecido en Bremen, noticia que ha venido a vestir de duelo a la Nación Chilena. 
La perdida del eminente ciudadano que durante toda su vida prestó al país el esfuerzo de su actividad, no escatimándole a la patria sus últimas energías de gobernante, ni en la hora postrera de su vida, será una pérdida nacional que se dejar sentir largos años en la vida pública de Chile. 
El desgaste físico vino a poner término a su larga labor de estadista y de mandatario en momentos en que la República entera se preparaba a la celebración de la Independencia, produciendo en el alma nacional algo así como un calofrío de consternación. 
No hemos querido seguir la impresión de nuestra obra, en este momento de duelo que vino a abrir este paréntesis doloroso a la actividad de los festejos centenarios, sin demostrar en esta página nuestro profundo pesar por la muerte de S. E., cuyo último retrato publicamos como un homenaje a su memoria. 
Valparaiso es el alma de esta obra, y como en este puerto guardan eterna memoria del malogrado mandatario, bajo cuyo gobierno se aprobaron las obras portuarias que le dará gran importancia; es justo que esta obra rinda este sincero homenaje al ilustre gobernante a quien se debe la más grande de las obras de progreso de Valparaiso.

J. DE D. UGARTE YAVAR 
AGOS'I'O 16 DE 1910.  


miércoles, 12 de julio de 2017

El Parque de Playa Ancha




El Parque de Playa Ancha También, a fines del siglo XIX, emerge en Playa Ancha un gran parque. Es planeado en sesión municipal del 5 de julio de 1889 y para su construcción se nombró a una comisión especial. El acuerdo incluye el trazado de un Gran espacio para las maniobras militares en forma elíptica, de 600 mts. de longitud por 350 mts. de ancho y la realización de un camino especial de acceso, posiblemente aprovechando el trazado previo de la antigua vía del Membrillar. Este lugar ejerció un atractivo especial para la población de Valparaíso desde las primeras décadas de la centuria. Allí se efectuaban paseo familiares y se concurría a celebrar el aniversario patrio. Playa Ancha era un sitio muy popular.
El parque adquiere su forma inicial en 1889, con un presupuesto municipal de diez mil pesos y una donación de matas de árboles y de semillas hechas por particulares. La crónica registra que el Sr. García Huidobro ofrece dos mil matas y el Sr. Santa Cruz otras mil y varios sacos de simientes. También, desde el inicio se acuerda formar un vivero o “criadero de árboles’’, y se autoriza una suma de quinientos pesos para encargar semillas de pasto a Europa. Las donaciones excedían de las once mil plantas, y en 1890 fue posible iniciar las plantaciones. Paralelamente, se acuerda la instalación de un ferrocarril de sangre para el transporte de los visitantes, su ruta se extendía desde los Almacenes Fiscales hasta la caleta de pescadores situada al sur del parque.
Dos años después la municipalidad procede a expropiar los terrenos adyacentes al parque para ampliarlo y proyecta la construcción de un estanque de agua. También, se inician los prados con la semilla encargada a Alemania.
En 1985(*), la municipalidad solicita autorización al gobierno para efectuar una rifa por doscientos mil pesos.para invertir su beneficio en las obras del parque, y pide un aumento del presupuesto con ese propósito. Ese mismo año, se encarga a la Quinta Normal de Agricultura un envío especial de árboles, y al administrador del parque que hiciera un viaje especial a Ocoa para comprar otros árboles y guano de pájaro para abono.
En 1826, la forestación del parque de Playa Ancha caía muy lentamente y con grandes dificultades por la aguda escasez de agua que hubo ese verano.

La proyección de estos parques se dejó sentir muy pronto, nuevas iniciativa surgen para diseñar áreas recreativas en otros barrios del puerto. En 1896. se crea un pequeño parque público en Los Placeres, frente al fuerte de Pudeto por iniciativa del Cap. Pulido de la artillería de marina. Sus árboles fueron extraídos del vivero que tenía el parque de Playa Ancha. Posteriormente, la expansión demográfica de la ciudad, absorvió los terrenos del parque, y en la actualidad esos lugares cobijan cl recinto de ia Escuela Naval y a numerosas viviendas particulares.

(*) dato en el texto original. No concuerda con la cronología del texto.

Libro: Plazas y Parque de Valparaiso
Autor : Luz María Méndez B.

martes, 11 de julio de 2017

Valparaíso en 1814

Vicente Pérez Rosales


La comunicación del puerto con El Almendral no era expedita, puesto que el mar, azotando en las altas mareas con violencia las rocas de la caverna llamada La Cueva del Chivato, cortaba en dos partes la desierta playa.

Entonces ahora, en los veranos, muchas familias de Santiago, por buscar expansión y mejor aire, trocaban las comodidades del aristocrático hogar, ya por las rústicas e incómodas ratoneras de sus casas de campo, ya por los no menos incómodos alojamientos que se procuraban en los puertos marítimos, a donde acudían a bañarse, a torear la ola, a ver barcos y a recoger caracolitos para regalar a las amigas a su vuelta a Santiago.
Y tenían razón de huir de tan poco higiénica población las gentes en los veranos.
En pos de respirar más puros aires, encontrábase entonces mi familia respirando el que en aquella época corría en el desgreñado Valparaíso: ambiente que, si entonces era hediondo, merece por lo menos el premio de la perseverancia, pues ha sabido conservar, sino aumentar, sus quilates hasta la época presente.
Nuestro Valparaiso comenzaba apenas en el año de 1814 a abandonar la cáscara que encubría su casi embrionaria existencia. La aristocracia, el comercio y las bodegas se daban la mano para no alejarse de la iglesia matriz; y el gobernador vivía encaramado en el castillo más inmediato, que era uno de los tres que defendían el puerto contra las correrías de los piratas. Lo que es ahora suntuoso Almendral. era a modo de una calle larga formada de ranchitos y del tal cual casucho de teja, arrabal por donde pasaban, para llegar al puerto, las chillonas carretas y las pocas recuas de mulas que conducían frutos del país para embarcar y para el escaso consumo de aquella aldea. Toda la playa, desde ese extremo al otro de la bahía. era desierto que sólo visitaban lasa mareas, y en el cual, en medio del sargazo y junto a algunas estacas donde los pescadores colgaban sus redes para orearlas, se veían varados algunos de los informes troncos de árboles ahuecados que llevan aún el nombre de canoas.
La comunicación del puerto con El Almendral no era tampoco expedita, puesto que el mar, azotando el las altas mareas con violencia las rocas de la caverna llamaba Cueva del Chivato, cortaba en dos partes la desierta playa. Recuerdo que la policía, para evitar los robos que solían hacerse de noche en aquel estrecho paso, colocaba en él, suspendido de una estaca, un farolito de papel con su guapa vela de sebo de a cinco el real. Con decir que los zapatos se mandaban a hacer a Santiago, basta para dejar sentado que, después de San Francisco de California, con iguales recursos, ningún pueblo de los conocidos ha aventajado a Valparaíso, ni en la rapidez de su crecimiento ni en su importancia relativa, sobre las aguas de los mares occidentales.
Entre los contados cascarones que mecían las aguas de aquella desierta bahía, sobresalía imponente, al mando del bizarro comodoro David Porter, la hermosa Essex, fragata norteamericana de cuarenta cañones, cuya alegre marinería en los cerros, y su no menos festiva oficialidad en los planes, daban a la dormida aldea un aspecto dominguero, lo cual por lo mismo que era bueno, no pudo ser de larga duración.
Habían ocurrido de nuevo al desastroso recurso de las armas la antigua Inglaterra y su altiva y recién emancipada hija Norteamérica. Buscábase sus respectivas naves en todos los mares para desplazarse, cuando, en medio del contento que esparcía en Valparaíso la estadía de la Exsse, se vio con espanto en la boca del puerto, aparecer en demanda de ella a la Phoebe y a la Cherub, dos poderosos buques de guerra británicos, que, a todo trapo, tiraban a acortar las distancias para cañonearla.
Hízose fuego desde tierra para indicar a los agresores, con los penachos de agua que lanzaban las balas de nuestros castillos, hasta donde alcanzaba nuestra jurisdicción marítima y el propósito de sostener nuestra neutralidad en ella, lo que parecieron comprender los ingleses, pues ese día y el siguiente limitaron su acción a simples voltejeos fuera de tiro de cañón.
Recuerdo que, en la tarde del 28 de marzo, cuando estaban en lo mejor vaciando algunas botellas en casa de las Rosales, algunos de los oficiales de la Essex que habían bajado en busca de provisiones frescas, el repentino estruendo de un cañonazo de ésta les hizo a todos lanzarse a sus gorras, y sin más despedida que el fantástico adiós para siempre del alegre y confiado calavera, saltar, echando hurras en su bote.
Muchas familias acudieron a los cerros, para mejor presenciar lo que calculaban que iba a pasar, y vimos que la Essex, aprovechando de un viento fresco y confiada en su superior andar, se disponía a forzar el bloqueo, ya que no le era posible admitir el desigual combate que se le ofrecía, cuando las naves inglesas, temerosas de que se les escapara la codiciada presa, la atacaron en el mismo puerto. Faltóle el viento a la Essex en su segunda bordada, quedando en tan indefensa posición que llegamos a creerla encallada, y allí a pesar de los disparos de nuestras fortalezas, para que los ingleses no siguieran su obra de agresión dentro de nuestras mismas aguas, fue la Essex despedazada y rendida.
Tal fue la primera lección de Derecho Público, positiva y práctica, que me hizo apuntar en la cartera de mis recuerdos la culta Inglaterra, pues ni siquiera dio después al amigo cuya casa había atropellado, la más leve satisfacción.

Recuerdos del pasado

domingo, 9 de julio de 2017

La Casa Historica del Castillo de San José


En 1687 el Gobernador José de Garro ordeno construir el fuerte principal de Valparaiso: el Castillo y la planchada de San José, sobre el cerro Cordillera.



La Marina conserva y trata de restaurar la histórica casa porteña del castillo de San José, que tiene en su estructura actual cerca de doscientos años. Desde sus corredores, y más aun desde la moderna terraza que extiende el predio sobre el cerro como un balcón que cuelga sobre Valparaiso, se domina la estación del Puerto y la Aduana y más allá todo el mar. Su subida principal es la calle del gran pendiente que se llama del Castillo y que parte de la Plaza Echaurren.
Hay también el la calle Serrano un ascensor que deja al turista en la alta plazoleta cercana.

El antiguo fuerte

El castillo o fortaleza de San José, ya desaparecido, debió tener en tiempos anteriores, otra casa más modesta construida con un siglo de anterioridad. Las incursiones de los filibusteros a las costas del Pacífico, y con ellas los asaltos de Davis y Sharp a algunos puertos chilenos y peruanos, pusieron en alarma al gobernador José de Garro, quien tomó medidas para defender el país contra nuevos asaltos de piratas.
Entre los fuertes que en 1687 ordenó construir , estaban el castillo y la planchada de San José, sobre el cerro Cordillera de Valparaiso y que sería el principal, porque junto al fuerte se levantaría la casa del gobernador. Vicuña Mackenna describía en una visión porteña de la época de 1700, las fortalezas que cubrían el caserío y el puerto con sus fuegos. Veíase - expresaba - los reductos de San Antonio de de la Concepción en ambas extremidades, y el vasto, si no majestuoso castillo de San José en el centro. Formaban sus almenas una especie de diadema de bronce alrededor de las alturas.
El viajero francés Frezier lo describió, en 1713, como castillo blanco, en la extremidad occidental del cerro Cordillera. Allí - decía - estaban la casa del gobernador, la capilla militar, la cárcel y los cuarteles. La salida de mar, que inundó el plan de Valparaiso el 7 de junio de 1730, fue acompañada de un terremoto. Muchas casas quedaron totalmente destruidas. 
El castillo de San José quedó transformado en ruinas. Dos grandes murallas fueron derribadas, cayó la obra de mampostería de la Planchada, la esplanada se desniveló y todas las escaleras de piedra quedaron tronchadas y reducidas a fragmentos. Sólo quedaron en pie, y en muy malas condiciones, la casa habitación del gobernador, la sala de armas y una que otra oficina.
Desde octubre de 1762 gobernaba a Chile el brigadier Antonio de Guill y Gonzaga. Hizo obras de paz y defensa. Entregó al corregidor Zañartu el puente de Cal y Canto, en Santiago sobre el Mapocho, y al ingeniero Garland y al capitán Ambrosio O´higgins, la difícil tarea de construir refugios en el camino trasandino.
Pero la noticia de la guerra entre España e Inglaterra lo había determinado a mejorar las fortalezas de Valparaiso. Pidió cañones al Perú y le mandaron varios para el Puerto. Para montar esa artillería había que reforzar las murallas de los fuertes y construir ciudadelas y cuarteles. Algo así como poner en pie de guerra a Valparaiso. Se buscaron trabajadores en toda la provincia y se mejoraron los salarios. La Mayor actividad se vio a mediados de 1763.

Los hornos de la Bala Roja

En abril de 1795, el gobernador Ambrosio O¨higgins mandaba construir, los fuertes de Valparaiso, parrillas de hierro con el objeto de habilitar la defensa por medio de la llamada bala roja. Esta era una bala de cañón que, antes de cargar, se calentaba al rojo cereza o al rojo blanco. en hornillos a elpropósito y se empleaba contra las poblaciones y, principalmente contra los barcos de madera, con el propósito de incendiarlos.
Acerca del origen de la bala roja existen varias opiniones, siendo la más acertada, la que de que los primeros en usarla fueron los polacos, que la emplearon en el sitio de Danzig en 1577 o en Polotsk. El padre Niel afirma que los franceses hicieron uso del mismo proyectil en el sitio de La Fere en 1580, Feuquieres atribuye su invención a los prusianos, que en 1678 incendiaron a Stralsund con sus balas rojas. Los ingleses pusieron fuego en ellas a las baterías flotantes españolas, durante el sitio de Gilbraltar en 1782. Tal era elo sistema que Ambrosio O´Higgins hacía adoptar en los fuertes de Valparaiso  en 1795, para que así, en caso de ataque, pudieran incendiar las embarcaciones enemigas con sus disparos. Las parrillas que él mando construir tenían tres pies de largo por un ancho de 27 pulgadas. Según algunos historiadores, la instalación había sido proyectada por el gobernador de Valparaiso, don Luis Alava. La fortaleza se dotó entonces de cañones de calibre 24. En esa época debió de construirse la casa del castillo que vemos hoy.
Es probable que siguió mejorando la casa, el primer gobernador de la Patria Vieja, comandante de ingenieros Juan Mackenna, ilustre militar irlandés que, al servicio de España, vino a America en 1795. Por acuerdo del Cabildo de Santiago se le designó, en octubre de 1810, para una comisión donde debía presentar un plan de defensa del país. Su informe causó impresión. En cuanto al castillo de San José, lo hallaba inadecuado como elemento efectivo de defensa. Tenía, como los fuertes de Valdivia y Corral, el defecto que podía ser tomado fácilmente por el enemigo, si se le atacaba por tierra, pues sus cañones apuntaban sólo al mar.
El 26 de enero de 1811, Mackenna fue nombrado gobernador interino de Valparaiso, por remoción del propietario, Joaquin Alós quien había sembrado el descontento contra la Primera Junta de Gobierno. Para deshacer esa atmósfera, Mackenna empleó sólo su afabilidad. La tradición no ha conservado más que recuerdos honrosos de su administración que dejó el 8 de septiembre del mismo año, cuando fue llamado a formar parte de la Junta de Gobierno.
Entre los años 1813 y 1814 el castillo fue reforzado por el gobernador Francisco de la Lastra, que alcanzó a ser Director Supremo en la Patria Vieja.

Visita de unos novios

En la noche del mismo día de la batalla de Chacabuco, más de 2.000 miembros del ejercito realista y 600 mujeres que les acompañaban llegaron a Valparaiso y se embarcaron en los buques realistas que rumbo al Perú. Otros dos mil quedaron en tierra deplorando el desastre. Muchos de estos, viendo que nos se les hostilizaba, decidieron buscar trabajos en la misma ciudad o en los campos vecinos.
Aquella noche del 12 de febrero de 1817, entre los fugitivos, descendía del antiguo Alto del Puerto - dice el historiador don Roberto Hernández - un arrogante jinete que era el célebre Rafael Maroto, mas tarde generalísimo del pretendiente don Carlos y duque de Vergara, y quien, por unos de esos extraños vuelcos de la suerte, vino a encontrar sepultura en Valparaiso en 1853, a la edad de 70 años.
Después de Chacabuco, Maroto venía recién casado con doña Antonia Cortés y García, chilena, quien a su lado, siguiéndole con bríos de verdadera amazona y con ese heroísmo sublime e irreflexivo de la mujer. Se apeó Maroto a la puerta del famoso castillo de San José, que en esos años caía a lo que es hoy la Plaza Echaurren, en forma de caracol o espiral que iba ascendiendo hasta la cumbre del cerro, en cuya falda existía la Planchada, nombre de una de las baterías a barbeta y que hoy viene a ser la calle Serrano. Conferenció allí apresuradamente con el gobernador don José Villegas, y después de haber hecho reposar por breves horas a su tierna compañera, se embarcó furtivamente con ella a poco después de las 12 de la noche, en la playa que daba al frente a la actual Plaza Echaurren.
El 16 de febrero de 1817 - cuatro días después de Chacabuco -, el último gobernador realista de Chile, Francisco Casimiro Marcó del Pont, era apresado en las cercanías de Valparaiso y conducido el mismo día al castillo de San José. Fue alojado prisionero en la casa del gobernador y enviado el 23 con una escolta a Santiago. Las autoridades lo dejaron marchar a Argentina, después de declarar en el proceso que se seguía contra Vicente San Bruno. Fue echo prisionero en San Luis, para luego pasar a la prisión de Luján cerca de Buenos Aires, en la cual murió en 1819.

Otros recuerdos
Diez días después, los patriotas se apoderaron en Valparaiso del bergantín Águila que habría de ser el primer buque de guerra de nuestra escuadra. Ya los patriotas habían ocupado las fortificaciones de Valparaiso. Para no dar alarma a los buques realistas que llegaran al puerto, se habían dado instrucciones de mantener izado, en el castillo San José, el pabellón que había flameado en los años de la Reconquista.
Ocurrió lo que tenía que esperarse. La tripulación del bergantín Águila de 220 toneladas, que entraba a la rada el 26 de febrero de 1817 creyó que Valparaiso se hallaba aún en poder de los realistas. Las autoridades patriotas se apoderaron fácilmente de la nave y, dotándola de 16 cañones, la alistaron para recorrer la costa. 
En noviembre de 1818 llegó a Valparaiso, en la fragata Rosa, Lord Cochrane, acompañado de su esposa, su hermana y sus dos hijos. La familia se hospedó por algunas semanas en la casa del gobernador, para ocupar después una de don Francisco Ramirez.
En 1822, siendo gobernador de Valparaiso don José Ignacio Zenteno, visitó el puerto la famosa escritora ingresa María Graham. Escribía en su diario: Hoy fui a pagarle una visita a la señora del gobernador Zenteno, dama que me recibió, cortésmente y mando a buscar a su marido. Este llegó inmediatamente, al parecer muy regocijado de poder exhibir las comodidades que había en el departamento en que fui recibida, y que mostraba un tapiz y una estufa, ambos de manufactura inglesa. 
Bernardo O´Higgins, después de la abdicación (23 de febreo de 1823) se dirigió a Valparaiso. El general Zenteno le hospedó en su casa. Allí conversó con Beauchef. Como a pesar de sus entrevistas con Freire, este mostró después cierta hostilidad, O´Higgins dejó el castillo y se trasladó a la casa del alcalde Boza, en el Almendral, donde permaneció hasta embarcarse para el Perú. el 17 de julio. En 1830, Freire, derrotado en Lircay, estuvo detenido en el castillo San José, desde el 28 de mayo hasta el 15 de junio, fecha en que se embarcó en el Constituyente para salir del país.
Cerca del castillo levantó, en 1843, el ingeniero mecánico Juan Mouat, el primer observatorio astronómico que hubo en Chile, el que a mediodía, con una bola que dejaba caer de cierta altura marcaba la hora oficial a los capitanes de barcos surtos en la bahía. El astrónomo miraba hacia las misma luna que alumbró en el pasado rostros próceres y finas siluetas de hermosas mujeres.

En viaje, N° 378, abril de 1965.

domingo, 7 de junio de 2015

La Isla de la Fantasía, Valparaiso




En Valparaíso existe un lugar al que sus asiduos participantes denominan “La Isla de la Fantasía”. No se sabe si este lugar ubicado en una de las quebradas del Cerro San Juan de Dios es llamado así porque el lugar físicamente es un oasis dentro de la sequedad de la geografía circundante; lleno de árboles y cascadas de agua que bajan quizás de qué lugar mucho más arriba y que dan gran frescura  para quienes llenan sus espacios, o bien, porque realmente se trata de un lugar, al parecer único en Valparaíso, en el que la gente gusta de juntarse porque sí, y de manera fraterna y alegre se alejan de todas las preocupaciones diarias para realizar uno de los actos más simples del ser humano y desprovisto de toda vanidad: cantar.
Pero no cantar cualquier cosa, sino aquello que caracteriza a este “puerto principal”: boleros, valses peruanos, tango y por sobre todo CUECA. Esta última, reina de aquellas reuniones, se apodera por largos momentos de la vida que allí se consuma. Es así como aparecen aquellas cuecas de antaño que muchos olvidaron o que no conocen, también la tradicional ”rueda” en que cada cantante o instrumentista interviene en esta verdadera disputa demostrando quién es el más “gallo”.
Así aparecen muchos elementos para la mayoría desconocidos: la rueda, la improvisación y mezcla de textos, la entonación, “la sacada”, etc., son elementos propios de una historia formada el fragor de la vida que vivía este desde los albores de la Independencia hasta la década de los años 70; bares, burdeles, prostíbulos y quintas, desarrollada por personas de diverso origen social y de diversos oficios formales y sobretodo “informales”, en donde la cueca era la “Gran Señora”.
Tomando en cuenta que la mayoría de la gente que participa de estos encuentros tiene como promedio 70 años y que hasta la fecha no han tenido la posibilidad de dejar registro de su experiencia musical, la grabación en vivo de algunas de estas jornadas dio mayor valor a este trabajo, en el que lo folklórico no es una búsqueda o una intención sino una vivencia.
El proyecto nació en la inquietud de sus tres coordinadores por dejar registrado y dar continuidad al quehacer musical y vivencial de este grupo de personas (sobre todo de la Cueca Porteña), y la reconstrucción de un pasado histórico-musical desconocido por la mayoría de los ciudadanos de Valparaíso y del país, ello como consecuencia del quiebre generacional y cultural después del golpe militar de 1973.por el término de la vida social y bohemia en el Puerto.
Actualmente los músicos y cantantes que participaron de la grabación formaron una Agrupación Cultural de igual nombre del CD, que persigue como objetivo difundir la cueca y la música porteña, a través de diversos eventos, y la búsqueda de espacios o circuitos, como locales y bares restaurantes donde rehabilitar el encuentro del ciudadano común con la música porteña.
Coordinadores: Aliro Nuñez, Juan Daniel Nuñez y Bernardo Zamora.
Teléfono: 09/2400379
E Mail: berninzky@hotmail.com


sábado, 23 de mayo de 2015

Muerte a bordo del buque El León, en Valparaiso



En 1756 dio por primera vez pábulo a las lentas impresiones del pueblo de la colonia el viaje del navío de registro llamado el León, por haber fenecido a su bordo y de una manera asaz romántica, uno de los más ilustres presidentes de Chile, don Domingo Ortiz de Rosas, conde de Poblaciones.
Cádiz aquel barco, fletado para Valparaíso y el Callao con un rico cargamento, el 14 de Diciembre de 1753, y después de haber vendido con provecho sus mercaderías en uno y otro puerto, se hallaba de nuevo en Valparaíso en los primeros días de Abril de 1756, de regreso a la Península, con más de cuatro millones de pesos en oro y en frutos por retornos. Componíase su carga de 3.260,560 pesos en caudales, de 40 mil libras de cacao, 150 mil de cascarilla, 442 de lana de vicuña, 200 de bálsamos medicinales del Perú, 225 de piedras besoares y 742 quintales de cobre y estaño, importando codo cuatro millones y doscientos mil pesos.
Sucedía que al arribar aquel buque a Valparaíso, el conde de Poblaciones (que fundó tantas como Valdivia) 50 estaba muriendo de años y de achaques, con sincero pesar de toda la colonia, pues fué hombre tan justo que en su residencia no se levantó una sola queja contra su memoria. Pero le salvaron las plegarias de su esposa y su devoción por San José, al decir de una crónica doméstica, poniéndolo en el punto de creerse capaz de un largo viaje no obstante su avanzada edad. Púsose en consecuencia en marcha en los primeros días de Abril y llegó a Valparaíso el miércoles santo 11 de aquel mes. Tres semanas más tarde el León desataba sus anclas, y con los anuncios de un temprano invierno se lanzaba intrépidamente hacia el Cabo.Habiendo salido de Valparaíso el 30 de Abril, el León, contrariado en su marcha por la inclemencia de la estación, no había doblado todavía el cabo a fines de Junio. Tanto era el rigor de la temperatura, que el día 26 de aquel mes fué preciso arrojar agua caliente a su aparejo a fin de maniobrar la jarcia,  rígida con los hielos. El anciano conde, a quien los alientos de volver a divisar la patria y su blando suelo habían aconsejado la temeridad deembarcarse en una estación tan avanzada, sucumbió en aquellas latitudes. A las 4 de la tarde del 28 de Junio expiraba casi
como un blanco sarcófago en una densa nevazón que en esos momentos en capotaba el mar y el firmamento. Seis horas después su cadáver era arrojado a las olas en medio de los gritos de ordenanza de la marinería:-¡Viva el rey! ¡Viva España!.
Desde aquella fúnebre noche el León tuvo una navegación comparativamente próspera. El 25 de Agosto avistaba las islas del Cabo Verde, y el 11 de Octubre entraba en Cádiz, después de una travesía de cinco meses y once días desde Valparaíso. Su viaje redondo había durado menos de tres años.

Un último corsario que no fue, en Valparaiso



Desde las atrevidas correrías de Lord Anson en 1741, habíamos cesado de buscar aquellas emociones de piratas y corsarios que hicieron de la vida de ribereños del Pacífico un continuado calvario durante más de un siglo. Más hoy ya no nos sería hallarlas, si hubiésemos de esperarlas, a bordo de piratas y corsarios extranjeros, porque el prosaico comercio, con sus simulaciones y ganancias, iba de ligera reemplazando los cañones por los fardos, los bucaneros por los contrabandistas, la audacia por el alquitrán, y los deslumbradores almirantes del Mar del Sur por los mugrientos alcabaleros de la playa.
Forzoso nos es desenterrar la vitalidad de nuestra tradición doméstica, ya casi del todo borrada de las playas que tuvo por teatro, y que, la movediza arena que las cubre, el viento a hecho cambiar de sitio o espacio en los espacios.
La última memoria que haya llegado hasta nosotros de la entrada de un buque enemigo a la rada de Valparaíso en el siglo XVIII (pues Anson se quedó solo a sus puertas), es la vaga que menciona el historiador Gay de un barco holandés de 50 cañones que intentó hacer allí un desembarco por el año 1734. Cuando el presidente interino, don Manuel de Salamanca (que más tarde murió de mercader en Santiago), fue según creemos, padre de la conocida benefactora de cien hombres para desalojarlo, supo que había largado, y en consecuencia, volviose a la capital, prueba de que el incidente no había tenido significación militar de ningún género. Tal vez el buque sospechoso era un simple contrabandista, en demanda no de soldados sino de mansos compradores.
Desde esa época transcurrieron veintidos años sin que se registrase en la bahía otras novedades que puramente mercantiles de la arribada y partida de los buques de registro.


Fuente de información: Historia de Valparaíso
                                       Vicuña Mackenna, 1936

viernes, 22 de mayo de 2015

El motín de Oyarce (Valparaíso 1852)


Después de la ceremonia popular i relijiosa, los invitados de la capital i del alto comercio, funcionarios capitalistas, industriales, jefes del ejército i de la guardia nacional, presididos por el entusiasta i siempre juvenil intendente de Valparaíso, el almirante Blanco Encalada, se reunieron en un suntuoso banquete preparado en el café de la Bolsa por el famoso epicúreo Maillard. I precisamente cuando el jefe de la provincia levantaba su copa para beber a la paz, al progreso i a la gloria de Chile, presentólese un ayudante con semblante demudado i díjole algunas palabras siniestras al oído.
Acababa de descubrirse una conspiración terrible en el cuartel de artillería. El sarjento retirado Oyarse, natural de Chiloé, hombre arrojadísimo e inquieto, que en esos días habia regresado del Ecuador, donde sirvió como oficial en la espedicion frustrada del jeneral Flores, concibió el diabólico pensamiento de apoderarse por un golpe de mano de todos los asistentes al banquete, aprisionarlos, i manteniendolos como rehenes, proclamar la insurreccion jeneral de la República, mal apagada todavía en el sangriento campo de Loncomilla.
Para ésto, una o dos compañías del batallón Buin, que guarnecían el cuartel de artillería a la subida de Playa-Ancha, debían tomar las armas a las 8 de la noche, i los artilleros sacar los cañones i abocarlos a la sala del banquete.
Por fortuna, un animoso soldado del Buin salto las paredes en el acto de poner en ejecucion el atrevido intento, dio aviso a la intendencia situada entonces en una casa arrendada de la calle Cochrane i de allí corrió un oficial a dar la alarma.
Pero el jeneral Blanco, léjos de turbarse por novedad tan tremenda, apuró la copa de la alegría i la confianza, i solo cuando no fue notado, se escapó del bullicioso recinto para dar sus órdenes.
Dos semanas mas tarde eran sentados en el banquillo de los ajusticiados, frente al cuartel de policia, el sarjento Oyarce, su hijo, cabo de artillería, el trompeta Cuevas, del mismo cuerpo, i un soldado de la compañía de cazadores del Buin.
Era el 14 de octubre de 1852.
Al marchar al patíbulo, a las once de la mañana, en medio de un inmenso oleaje de curiosos, una mujer se precipitó entre los sacerdotes que acompañaba a los Oyarce, padre e hijo. Era la esposa del sarjento revolucionario i la madre del infeliz mancebo de veinte años. Hubo una escena de desesperación indecible, pero los soldados condenados a la última pena, tomaron sus puestos i murieron como por lo común mueren los soldados de Chile: arrepentidos, pero heróicos. Oyarce, que era joven todavía, arengó al pueblo con voz severa encomendando la sumision a las leyes, i murio como verdadero bravo, cuando contaron al jeneral Blanco los incidentes del suplicio del aquel hombre, el ilustre marino se lamentó que hubiese sido forzoso sacrificar un corazon tan levantado



Fuente de información: De Valparaiso a Santiago
                                       Vicuña Mackenna, agosto 1877

Estación de tren en Valparaiso en el siglo IXX


En el sitio en que hoi se levanta estrecha, oscura, polvorosa, reclamando la escoba i el plumero cada hora, una mano de pintura fresca i reparadora todos los dias, la estacion central de Valparaiso, i al pié de los cerros que la aplastan, esistia, hace treinta años, el paraje nias ameno i- pintoresco de la fuerte pero prosaica Valparaiso. Era allí la Caleta, el nido de los pescadores, el lecho pedregoso en cuyas arenas ostentaban sus modeladas formas las Vénus nacidas de las espumas del mar, la Chiaga de Napoles. Propiamente, en esos años, Valparaiso se componia de tres ciudades : el Puerto, que 



era el alinacén; El Almendral, que era el hogar; la Caleta, que era el oasis i el jardin en medio de las arenas. Por ese rumbo encontraba tambien su frontera de granito la ciudad predestinada del Pacífico. Un espolon formidable que descendia desde el castillo que, a fines del pasado siglo, construyó contra los ingleses su paisano el baron de Ballenary (el ilustre presidente de Chile don Ambrosio O'Higgins), cerraba el puerto con un doble muro de basalto i de cañones. Nadie habria imajinado, a no tener la razon insana, que atropellando por aquella valla, habria labrado el injenio i el brazo del hombre la entrada i la salida casi única de aquel bullicioso emporio. Pero así sucedió en un dia de fé i de trabajo,-fuerzas vitales del pueblo que abren las montañas i encadenan los mares. El 1." de octubre de 1852 (dia memorable!) habíase levantado una especie de altar arrimado a las rocas, en el sitio que hoi ocupa la "Casa de las máquinas," en el centro del espolon que hemos descrito, i el obispo de Concepcion, don Diego Antonio Elixondo, bendecia en precencia de un pueblo conmovido, la primera piedra de la obra mas atrevida i mas importante que se habia emprendido en su época en la redondez de la América del Sud. El gobierno de la República, despues de una serie de esfuerzos mas o ménos infructuosos, i que ocupan un período justo de veinte años (desde 1842, en que Wheelright trajo los vapores del Pacífico, a 1852, en qLle se solucionó en teoría, el problenia de la practicabilidad.



científica del ferrocarril central), habia logrado organizar una sociedad por acciones, que debia producir aproximativamente el monto calculado de la obra, esto es, cinco millones de pesos. Desde luego, el gobierno suscribió por dos millones, tres jenerosos ciudadanos, don Matías Cousiño, don Josué Waddington i don Anjel Custodio Gallo (este último en representacion de su opulenta familia) avanzarian un millon i el resto lo daria el público. La ceremonia del 1." de octubre de 1832 consagraba, por consiguiente, dos hechos dignos de duradera memoria: la inauguracion de una gran obra pública nacional, i la inauguracion del espíritu de asociacion practica, casi desconocido hasta entónces en el país. La alegría fué jeneral, pero hubo presajios que la amargaron. Habíase grabado en la piedra de inauguracion esta leyenda: Perseverantia omaia vincet, i los tiros disparados a manera de salvas en la roca viva, partieron en dos la inscripcion. Por otra parte, el prelado que solemniza aquella consagracion, fué encontrado muerto en su cama al tercer da de la fiesta inaugurativa. Pero Valparaiso i el país estuvieron amaagados de una catástrofe de mucha mayor entidad en aquel preciso dia. 

Fuente de información:  De Santiago a Valparaiso
                                       Vicuña Mackenna, Agosto 1877