sábado, 23 de mayo de 2020

LA PIEDRA FELIZ


Antonio Acevedo Hernández
Leyendas Chilenas

Perfil agrio, estructura de altar: arriba, el cielo, el frente, el mar,
más allá la lejanía y, a retaguardia, la colina ostenta,
perdida entre los jardines y arbolados, las últimas residencias del puerto.




Como una leyenda ha penetrado en mi estructura espiritual la Piedra Feliz, engastada en la playa de Valparaíso. Como leyenda la doy. Hago este pequeño preámbulo para desviar la sonrisa de los eruditos, que acaso no me perdonarán mis interpretaciones literarias de las leyendas que, según ellos, así expresadas, no caben dentro de la ciencia del folklore. Los tiernos de corazón pueden leer este relato que, a mi juicio, tiene mucho de eternidad aunque como crónica esté expresado.
No puede ser mas romántica las escena donde la Piedra Feliz destaca su trágico perfil. Está situada en ese encantador sitio que los porteños llaman Las Torpederas. Hasta allí llega en un tranvía que hace el recorrido por la orilla del mar y los hermosos jardines situados en los acantilados y base de los cerros. Pasa en tranvía frente a la caleta de los pescadores, cubierta de redes, de botes de descanso - según la hora - y de los hombres y mujeres que se dedican a las labores de la pesca y sus derivados. En la altura de las colinas se extiende el soberbio Parque de Playa Ancha, que sabe de muchas intimidades y tragedias en que ha oficiado el amor, a veces disfrazado de odio. Luego alcanza un balneario ornado por la sonrisa del mar.
Ahora está desierto, pero en los veranos rebosa de opulencias femeninas y se acribilla de greguerías y discretos. Sabios balleneros, discretos fotógrafos y no menos eruditas camareras, podrían escribir la historia privada del balneario.
Senderos de cemento, practicados sobre las rocas orilleras, condicen a los arrecifes familiares. Un camino ¨macadanizado¨ lleva a un lugar donde avanza hacia las aguas una gran roca que se ve aislada, tiene una baranda de hierro y se asoma atrevidamente sobre el océano. Es un sitio muy concurrido por ser centro de un paisaje verdaderamente maravilloso.
Perfil agrio, estructura de altar; arriba, el cielo, al frente, el mar, más allá, la lejanía y, a retaguardia, la colina que ostenta, perdida entre los jardines y arbolados, las últimas residencias del puerto. En el mar, la famosa boya de El Toro, ritmo de angustias en las horas de tempestad, guardián que impide con sus mugidos que los barcos deriven hacia las rompientes fatales.
Línea de bruma impalpable, del un gris de ensueño la curva del horizonte, tamiz de cendales luminosos cubre las colinas lejanas, el sol se derrama en brillo hacia todas las direcciones; atrás, mosaico de flores, manchas de ciudad, movimiento. Hacia el puerto, floresta de mástiles, manchas de barcos; más cerca del forraje palpitante del Parque; canto de órgano inmenso, el mar; suavidad de confidencia, las frondas. Olas, caravanas de olas, armonías en verde valoradas por el blanco de las espumas. Movimiento incesante, dibujos inestables que se repiten millones de veces sin reproducir en sus detalles el mismo movimiento. Rocas negras, saladas de mar, cubiertas por grandes cabelleras de algas que peinan las aguas; intersticios caprichosos que lame la furia líquida del océano que lanza sin cesar su embate contra las rocas y se resuelve en surtidores que arden gris y que, al romperse, se reintegran al mar verde que ondula, que se hincha y no se cansa jamás de precipitarse.
Mientras más se acerca el crepúsculo, mayor es el esfuerzo de las olas, más alto se quiebran los surtidores; entonces la Piedra Feliz aparece envuelta en polvo de cristal y se hace más legendaria.
Se sube a la escala a la cima de la roca que más que roca es altar, a sus pies, rompe el océano y yacen, como negros animales en reposo, enormes olas que hinchan sus lomos sobre las aguas. Las olas siguen quebrándose sin descanso sobre las rocas agrias de la costa, de las que - como he dicho - forma parte, de la Piedra Feliz.
Viene el atardecer. El sol se acerca a la línea del horizonte; el mar dibuja una ruta de oro que es como el alma del sol que se derrama en suntuosidad inimitable; la lejanía es tenuemente violeta; y perla el mar; el cielo, en su límite con la tierra y con el agua es de color jacinto o de un azul transparente, fino como cedral tembloroso tejido para envolver bellezas increadas, Nubes caprichosas, luminosas de tonos, inmóviles. Dentro de esta suntuosidad, siempre el canto del mar, la angustia de la hora, la leyenda de la Piedra Feliz, la confidencia de la brisa y el desear sin forma. Luego la semiluz, una línea roja de fuego y el oro en el horizonte, púrpura de arrebol en todo. 
La leyenda se hace carne de eternidad. 


¿Quién podrá definir jamás el amor? ¿Quién encontrará la interpretación de la muerte? Se le teme a la muerte y se busca el amor y parece demostrado que amor y muerte caben en un mismo rasgo, en un mismo suspiro.
La Piedra Feliz. Ahí está: su aspecto ya lo he dicho, es el de un altar; se podría adorar a Dios ante la majestad del océano. Dios lo forma todo, lo desintegra todo, y de sus fragmentos crea nuevas formas. en esa Piedra oficia la Muerte. Se habla de la roca Tarpeya. Esta piedra no llega al símbolo histórico, es solo sitio de romance.
Hasta ella han llegado en muchas ocasiones los amantes crucificados por los obstáculos cotidianos, los creyentes en su propio amor, los que no podrían mirar por otros ojos ni sufrir otros dolores que los que en ellos han forjado una idea, un deseo y un destino. La senda hace una sola trayectoria, de corazón a corazón; el beso es más que un voto y que un juramento; el abrazo, el lazo que une dos cuerpos y almas, y el mundo, una mueca cruel, un diente envenenado. Ellos no pueden vivir en su amor y se inmortalizan sacrificando sus vidas después de un beso pleno, de una lágrima purificadora. Para ese objeto han buscado la piedra y la hora en que aparecen los astros, la hora en que se aparece el romance, cuando la luna es de plata más pura. Ellos escriben la última estrofa al descenso envueltos en su infinito anhelo de dolor y de amor hacia el canto del mar.
La Piedra Feliz ha sido el barco que los ha conducido hacia la eternidad azul del silencio eterno.


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