Desde las atrevidas correrías de Lord Anson en 1741, habíamos cesado de buscar aquellas emociones de piratas y corsarios que hicieron de la vida de ribereños del Pacífico un continuado calvario durante más de un siglo. Más hoy ya no nos sería hallarlas, si hubiésemos de esperarlas, a bordo de piratas y corsarios extranjeros, porque el prosaico comercio, con sus simulaciones y ganancias, iba de ligera reemplazando los cañones por los fardos, los bucaneros por los contrabandistas, la audacia por el alquitrán, y los deslumbradores almirantes del Mar del Sur por los mugrientos alcabaleros de la playa. |
Forzoso nos es desenterrar la vitalidad de nuestra tradición doméstica, ya casi del todo borrada de las playas que tuvo por teatro, y que, la movediza arena que las cubre, el viento a hecho cambiar de sitio o espacio en los espacios. |
La última memoria que haya llegado hasta nosotros de la entrada de un buque enemigo a la rada de Valparaíso en el siglo XVIII (pues Anson se quedó solo a sus puertas), es la vaga que menciona el historiador Gay de un barco holandés de 50 cañones que intentó hacer allí un desembarco por el año 1734. Cuando el presidente interino, don Manuel de Salamanca (que más tarde murió de mercader en Santiago), fue según creemos, padre de la conocida benefactora de cien hombres para desalojarlo, supo que había largado, y en consecuencia, volviose a la capital, prueba de que el incidente no había tenido significación militar de ningún género. Tal vez el buque sospechoso era un simple contrabandista, en demanda no de soldados sino de mansos compradores. |
Desde esa época transcurrieron veintidos años sin que se registrase en la bahía otras novedades que puramente mercantiles de la arribada y partida de los buques de registro. |
Fuente de información: Historia de Valparaíso
Vicuña Mackenna, 1936
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