Eran
lugares de encuentro del pueblo, derivados de las antiguas Cantinas. En ellas
se libaba y se cantaba, con la compañía de guitarristas. Los anaqueles
contenían distintos tipos de botellas: Vino Burdeos, “Abraham Tobías”, la
cerveza Lager, o “La Florida”, producida en Limache. Se utilizaban vasos de
tamaño grande, que en lenguaje popular se le llamaba caña. De ahí proviene el
dicho popular “está con la caña”, cuando se ha bebido en exceso. En carta
dirigida por Harry Grant Olds a su hermano el 17 de octubre de 1899, describe
a las clases sociales de la época. Señala que los más modestos son los indios
que vienen de los campos de los alrededores. “Usan grandes sombreros de paja
en variados colores, un gran poncho y un pedazo de cuero pegado a sus pies y
parecen malas personas”. Luego, “viene la mezcla de indio y español que
constituye la clase trabajadora”. En cambio, Edwards Bello los llama “restos
de changos”. Hace referencia también al exceso de cantinas y bares existentes
en algunas calles. En los meses que el fotógrafo estuvo en Valparaíso, la
liga contra el Alcoholismo realizó en octubre de 1900 una manifestación
pública por avenida Brasil. Muy pronto se reformó la ordenanza de cantinas
que disponía que “Los establecimientos se cerrarán los domingos y festivos a
las siete de la noche y no podrán abrirse al día siguiente antes de las nueve
de la mañana”. Se trató de abolir una costumbre arraigada fuertemente en las
clases sociales de baja esfera, pero dicha práctica persistió y pareciera que
la legislación no tuvo ningún efecto. Rodolfo Urbina dice que las distintas
colectividades extranjeras del momento se reunían entre iguales, mientras el
hombre común lo hacía en sindicatos en la década del 20`: Hasta fumadores de
opio había. Los chinos del Puerto tenían sus clandestinos en las calles Clave
y San Francisco, con crecida clientela de gente de los bajos fondos y
marineros extranjeros en 1924. Urbina se pregunta ¿Acaso por eso llamaban
“Barrio Chino” a la Plaza Echaurren y sus peligrosas calles adyacentes? . Por
entonces, el burdel comenzaba a ser también sinónimo de fumadero del “pito”
volador que provocaba una porteña versión de la “guerra del opio” entre
mafiosos. Donde había chino, había fumadero. O eso se pensaba. Y no sólo en
el Puerto, sino dispersos por la ciudad, en las calles Olivar, San Ignacio,
Retamo, o en Independencia Nº599, sitio éste último, allanado en 1928 para
detener a los traficantes de “drogas heroicas”, como se les llamaba. Muchos
de estos había en 1930 , y muchos eran también contrabandistas de revistas
pornográficas que llegaban en los barcos extranjeros y que tenían muy
preocupado al vecindario decente, hasta que se dictó la orden de requisarla
y, en un teatral acto público, se quemó todo en la Avenida Brasil .
En
consecuencia, los bares de la década de 1950 eran, en cierto modo, un
remanente de ese antro de perdición y centro de reunión de personas
desechadas por la sociedad, delincuentes y prostitutas. Aunque la presencia
de elementos extranjeros, marinos y marineros mercantes, y de aduaneros
ayudaba a otorgarle un poco más de atractivo noctámbulo, por la gran
concurrencia, no cabe duda que la mala fama perduraba y por eso se le seguía
llamando “Barrio Chino”. |
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Las
Cachás Grandes: Famoso bar-restorán ubicado en la esquina
con Blanco, todavía vigente. Dicho nombre dice relación con la abundante
cantidad de comida que servían por muy bajo precio: sopaipillas, sándwiches,
picarones, etc., lo que para los consumidores era muy bien visto. Un dato
interesante es que dentro de las tantas personas que solían frecuentar el
establecimiento, las prostitutas, los bandidos, y las personas de mal vivir,
a eso de las 7 u 8 a.m, una vez finalizada su jornada laboral nocturna, iban
a desayunar. Por ende, en vez de llamar al local Cachás empleaban el término
Cachas, con evidente connotación sexual. Este recinto cumplía dos funciones,
diurna y vespertina. Durante el día vendía desayunos de paila de huevos, pan
amasado y tazones humeantes de café con leche. Los almuerzos consistían en
“cazuelas” (carne de vacuno y ave) y “porotos con riendas”, entre los platos
más chilenos. Pero en la noche los clientes se amanecían bebiendo licor,
principalmente cerveza. |
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American
Bar: Es forzoso mencionar este popular bar y atractivo
lugar de tunantes, desparecido en nuestros días, y que estaba situado en la
esquina de Cochrane. Era centro de reunión de empleados de bahía,
estibadores, bananeros que iban a deleitarse con uno de los tantos artistas
que amenizaban las noches: cómicos y cantantes, en su mayoría. Terminado el
número se procedía a bailar al ritmo de la orquesta de turno, a beber
distintos tipos de alcoholes, vino embotellado y en caja, o “arreglado” con
durazno, chirimoya, pilseners, o el popular gin con gin. Los cigarrillos, por
supuesto, no faltaban: Liberty, Sublime, Cabañas, Particular, las marcas
preferidas que acompañaban la desinhibición y el desenfreno . |
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La
Bomba: A un costado de la subida Castillo hacía su
aparición un bar de baja categoría, antro pobre y muy poco frecuentado por el
tunante medio. La Bomba era un bar donde solamente ingresaban vagabundos y
humilde que no disponía de dinero suficiente. Los precios eran bajísimos por
lo que la ausencia de orquesta se cubría con un budweiser en pésimas
condiciones. |
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Locales
comerciales |
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No todo
era bares y casas de prostitución. El Emporio Echaurren que comienza a cerrar
sus puertas en busca de nuevos horizontes, estaba situado en frente al
American Bar. Destacaba por la venta de una vasta gama de productos de
consumo, desde frutos del país hasta alimentos internacionales. |
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La
Reina del Pacífico: Si es que de tradición se habla, la
Tienda Reina del Pacífico, insertada en el mismo cruce de Blanco con Clave
frente a las Cachás, es un digno ejemplo. Orgullo de sus dueños, los
españoles Prida, que además poseían en la misma cuadra, San Martín con Blanco,
otra sucursal, la Perla del Pacífico. Su rubro fue la fabricación de camisas
y la venta de trajes. |
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Fritanguería: Era un establecimiento comercial que se dedicaba a la venta
de presas de pescado frito, algo muy parecido a lo que actualmente se conoce
como locales de comida rápida. Los transeúntes compraban en grandes
cantidades ya que los precios variaban entre los 89 centavos y 1 peso. |
Helados
la Yapa: Fabrica y distribuidora de helados emplazada en el primer piso del
edificio del Ejército de Salvación, en la esquina de Clave con San Martín a
un costado de la fritanguería. Este local disponía de una dependencia
dedicada al consumo de licores. Un dato anecdótico es que la puerta de
ingreso era una cortina y cuando la corrían salía una gran humareda a causa
de los cigarrillos, que mareaba a cualquier persona que iba por vez primera.
La carencia de ventilación al interior del establecimiento era a todas luces
perjudicial para la salud. En todo caso, los clientes habituales, marineros y
marinos mercantes, estaban acostumbrados al rigor de espacios cerrados, pero
no los civiles. |
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Ciudadela |
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El Cité
Santa Elsa está ubicado en Calle Clave nº 607. Fue una gran vivienda |
popular,
conocida a su vez como ciudadela. La historiadora Ximena Urbina , quién ha
estudiado estas construcciones, cuenta su origen. Los dueños de industrias
las construían con el objetivo de que sus empleados vivieran allende al lugar
de trabajo. Por tanto, era el lugar de residencia para obreros, que además
albergaba a bares y chinganas. Los servicios de letrinas o excusados eran de
uso colectivo y se encontraban en el patio. Estaban compuestas por
departamentos que contaban con 2 ó 3 piezas. Su número variaba dependiendo
del sector en que estaba inserta. Ya en la época que nos interesa, la etapa
primitiva había sido superada. Las casitas disponían de 4 a 6 piezas cada
una, con servicios de agua potable, luz eléctrica y baños. El dueño de la
ciudadela era un particular que arrendaba las viviendas. El famoso cité Sta.
Elsa sigue vigente en la actualidad cumpliendo la misma función. |
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DECORADAS
CASAS DE PROSTITUCION |
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“La
mercancía de Venus cuanto más cuesta, más gusta” |
“Más
vale desflorar a una zorra que tener los restos de un rey” |
Brantòme |
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“Me
gustan las mujeres con pasado oscuro y los hombres con gran futuro” |
Oscar
Wilde |
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Pero,
lo que define la calle no son sus establecimientos comerciales tradicionales.
Clave se define por su vida bohemia, sus excesos, el tipo de cliente y el
particular estilo de sus casas de prostitución. |
La
palabra prostituta, originaria del latín prostituere, exponer en público,
designa, pues a esta mujer que, dejando de ser un “bien privado” , es
ofrecida a una persona que paga. La institución prostitucional es una
institución pública. En aquellos años las casas de tolerancia contaban con
patentes municipales, con controles de inspección municipal que realizaba la
Dirección de Sanidad y de Servicios, el consejo Departamental de Higiene y la
Dirección de Policía Urbana. Si la prostitución no es un delito, el
reclutamiento, sí lo es, y, en su primer sentido, el verbo francés racoler
significa “abrazar de nuevo” , lo que no es una actividad condenada por la
moral, pero sí mal vista y discriminada por la sociedad más
tradicionalista-conservadora y católica de la década del 50’. La actividad
putañera –como la denomina la historiografía francesa- exige e impone la
discreción de quienes la solicitaban y la toleraban. Aún así hemos podido
acceder a información clave para la historia del secreto o de lo privado.
Ingresemos al interior, conozcamos los precios y especialidades. |
La
clientela estaba compuesta de personas que querían desviar la realidad. La
palabra desviación (del latín de via) denomina a quien está fuera del camino.
Pero ¿de qué camino se trata? Toda sociedad se encuentra estructurada por
normas, y la identidad de un individuo se mide en función de las libertades
que se toma en relación a ellas. Pero también es cierto que todo el mundo se
separa de las normas y de las reglas que ellas generan. En otros términos, si
nadie se desviara, si todo el mundo observase las reglas, expresiones activas
de las normas, la vida social sería imposible. Pero verdad es también que
quién se desvía molesta porque es un desafiador, un despreciador de los
valores legitimados. La sociedad delimita espacios urbanos y relega a los barrios
bohemios separados de los sectores considerados decentes, a los transgresores
morales. Al caer la noche, la vida de Valparaíso se iba al puerto. |
En
efecto, Calle Clave poseyó un embrujo de tal envergadura que la convirtió en
el centro de la bohemia porteña, el sitio ideal de desviación. El tentador
realcé que desplegaba se plasmaba en sus encantadores establecimientos. Sin
embargo, el que los dos prostíbulos más famosos de Chile, la “Miss Merry” y
los “Siete Espejos” estuvieran ubicadas justamente en ese sector, era lo que
esencialmente primaba en el gran prestigio de Valparaíso con renombre a nivel
internacional, tanto que los citados prostíbulos aparecen mencionados en
varios filmes extranjeros y nacionales. “Cabo de Hornos” (1955), de Tito
Davison, versión del texto literario de Francisco Coloane, se rodó en la
subida Aduanilla y contó con la participación del famoso y galán actor “Jorge
Mistral”. “A Valparaíso” (1962), de Joris Ivens, refleja la lúgubre vida de
los Siete Espejos. También hay alusión a la “Miss Merry” en algunas novelas
francesas. |
Es
interesante conocer la leyenda de Los Siete Espejos, de los cuales arranca su
nombre. La casa disponía de un juego de espejos, siete, que protegían la
entrada y permitía desde arriba cuidar que no fuese una comisión de
detectives la que golpeaba las puertas. La imagen rebotaba por las enormes
lunas y permitía cuidar la seguridad de la concurrencia. Además, al igual que
la Miss Merry, contaba con un piano de cola. Estos prostíbulos fueron centros
temporarios de marineros de todas las nacionalidades que tras largos meses
embarcados trataban de saciar sus apetitos sexuales. Las mujeres siempre
dispuestas a acogerlos en la farsa del amor pagado, se colgaban por los
balcones y los invitaban a pasar. Las tarifas variaban según el pedido: el
acto sexual por el momento o por el moment, en el decir popular, oscilaba
entre los 40 a 50 pesos. Se podía negociar o “conversar” el precio cuando las
circunstancias lo ameritaban, si el cliente le caía en gracia o si la asilada
estaba extenuada por una larga noche de trabajo y quería descansar, costaba
30 pesos. En estos casos se pagaba solamente la habitación que facilitaba la
“cabrona”. El que deseara estar en compañía femenina durante toda la noche
para relaciones sexuales u otras cosas, cancelaba sobre 100 pesos. Sin
embargo, al igual que en el caso anterior, todos los precios eran
“conversables”. |
La
persona que disponía de bastante capital, más de 500 pesos de la época, podía
acceder a todos sus caprichos, se emborrachaba, tenía sexo, y era atendido en
sus caprichos. |
Esta
clientela, algunas veces manifestaba una nueva demanda: no más morralla, sino
relaciones sentimentales más o menos duraderas. Algunos amantes compartían a
menudo la conversación de esta muchacha pública que había dejado de ser una
asilada de prostíbulo. Esta pequeña reflexión nos puede llevar a comprender
el mundo interior de los sentimientos que esconde la historia privada y del
secreto de estos clientes que no sólo buscaban descargo sexual. |
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Llama
la atención que al instante de ingresar las personas se olvidaban por
completo del verdadero rubro de la casa debido a la gran fiesta que había al
interior. Se bailaba al compás de giradiscos operados por monedas o por
discos de vinilo, o se charlaba con las niñas – apelativo acuñado por la
cabrona para sus trabajadoras- en torno a la ponchera de vidrio (vino blanco
“arreglado” con agregados de frutas y algún ron o trago fuerte adicional) que
costaba 160 pesos. El jarro “arreglado” (vino blanco con bebida y torrejas de
limón de menor categoría) fluctuaba entre 50 y 60 pesos y era muy consumido
por los clientes. Los precios de los licores no eran “conversables” como
otras tarifas y casi nadie hacía petición de rebaja. Los cigarrillos tenían
un valor elevadísimo. Si en la calle se compraba a 10 pesos la cajetilla, en
el local se pagaba 30 pesos. |
El grato
festín en la sala de estar se expresaba en abundante humo de tabaco y en las
risotadas sin recato de las chicas que celebraban las bromas de grueso
calibre de festivos marineros. Se reconocía que el ambiente de hospitalidad
que reinaba allí era como en ningún otro establecimiento de este tipo en la
ciudad. |
Clientes
preferenciales del lugar fueron los funcionarios aduaneros y detectives de
investigaciones que iban a celebrar el triunfo de su club de fútbol o
simplemente a visitar a su prostituta preferida que los esperaba con una
sonrisa y los brazos abiertos. En consecuencia, allí se tejía toda una vasta
gama de relaciones claves para la seguridad del prostíbulo: protección ante
la ley y eximición del control de sanitario del municipio. |
En
dichos prostíbulos hubo unos destacados personajes que le imprimían un sello
llamativo y distintivo. Nos referimos a La Cabrona, el Campanillero, el
infaltable loro y el decorativo gato. |
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La
Cabrona: Regente y señora de la casa. La mayoría de las
veces era una mujer adulta, arrugada y pintada con coloretes, que introducía
a los invitados y les presentaba a sus hijas, como les decía afectuosamente a
sus chicas. Quienes la conocían la llamaban tía. La sociedad prefería usar la
palabra cabrona. El papel de ésta era crear un clima familiar entre todos los
integrantes de la casa, lo que explica que a veces la llamaran “madrina”. El
chulo o cabron hacía las funciones de hombre, como si fuera su marido, la
golpeaba, le exigía las ganancias de lo recaudado y en muy pocas ocasiones
tenía un trato cariñoso y afable con ella. Las asiladas ocupaban un rol
especial: ser sus hijas, ya que muchos veces la cabrona no tenía
descendencia. Una especie de madre para las más jovencitas, que solían
iniciarse sexualmente a los 12 años al amparo de la tía. Una de las más
renombradas cabronas fue la “Chica Julia”, que tenía un “chulo” de sólo 14
años, llamado “El Perro”. |
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El
Campanillero: persona de inclinación sexual errada,
generalmente homosexual, hacía las funciones de júnior. Su nombre deriva de
la campana que había en el vestíbulo de la casa. Mediante ella, “el
campanillero” anunciaba la llegada de clientes o avisaba si la policía de
investigaciones pretendía ingresar al recinto. La forma en que modulaba era
motivo de risa y de burlas, principalmente por parte de los marinos
chilenos. |
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El Loro: ave muy querida por las prostitutas, que lo alimentaban a
diario y lo adiestraban en la jerga imperante de la casa para que, al igual
que el campanillero, comunicara la presencia de clientes y de policías, pero
con la cualidad de ofender a los hombres mediante groserías y piropear con
dulces palabras a las mujeres . Vivía en una jaula asentada en el atrio a un
costado de la campana. |
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El gato: el menos atrayente de todos. Era un animal muy gordo y de
variados colores, nunca negro puesto que traía mala suerte. Dormía día y
noche en el diván de la “Cabrona”. La falta de gracia la suplía con rasguños
a quién cometía la osadía de sentarse ahí. Los marineros al verlo decían
¡mira el gato!. |
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Me
acuesto con Venus y me levanto con Mercurio |
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La
institución prostitucional cobraba dos precios: el valor de la relación
sexual y las enfermedades de trasmisión venéreas: gonorrea, sífilis y diílla.
El marinero o trabajador portuario, al no obtener relaciones conyugales o
disponer de un placer restringido, va al encuentro de estas mujeres públicas
que a menudo lo contaminan. Por tanto, en ese antro de mujeres sifilíticas,
enfermedad que demuestra la ineficacia del control sanitario, se corre el
peligro latente de la sifilización o gonorreazación. La frase popular me
acuesto con venus y me levanto con mercurio, que quería decir: me acuesto con
amor y me levanto suministrándome mercurio (metal líquido que curaba la
enfermedad), adquiere plena significación. Si además se añade que la mujer
pública era algunas veces alcohólica o tísica, se comprende que “la angustia
de la degeneración” fuera tan censurada y criticada. |
Calle
Clave en los años 1950-1960 vivía sus últimos estertores, cuando fenecía la
tradicional bohemia porteña. Los periódicos, suplementos, bibliografía, etc.,
comparten esta opinión. Hoy podemos ver el sector de Plaza Echaurren como un
bastión de octogenarios, jubilados, vagabundos, limosneros, gente de abajo
que se considera dueña de ese patrimonio, cuyo único derrotero de existencia
es narrar las anécdotas de sus tiempos mozos cuando ese ambiente daba color a
la vida bohemia en las noches porteñas.
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Publicado
por OSCAR OLIVARES JATIB en 13:07
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