lunes, 30 de marzo de 2015

Valparaíso, una canción



 

                                                                                          Fuente: De poetas y cantores

Hacia fines de 1961 Nelson Osorio me pidió un poema sobre el Puerto. Organizaba una muestra de poesía ilustrada: «Diez poetas y diez pintores». Me tocó como compañero gráfico Hans Scholbach, pero también participó en la tarea el pintor Jorge Osorio Tejeda quien dibujó con hermosa letra sobre la mitad del cuadro de Hans mi poema Valparaíso.
Luego de la exposición, el cuadro quedó colgado casi diez años en uno de los muros de mi casa, hasta que llegó Thiago de Mello, lo estuvo observando largo rato y dijo: «Esto es una canción». Eso fue por el año sesenta y nueve; entonces le puse la música.
Uno de los primeros en oír el poema cantado fue el propio Osorio, lo que produjo una crítica fundamental. En aquel tiempo éramos todos discípulos suyos. Su tertulia en Quilpué era muy frecuentada. En el Puerto campeaba en el Pedagógico y en el Roland Bar junto a Luis Iñigo Madrigal. Fundamos la revista Piedra y desde ella repartíamos pedradas al arte oficial. Nos manifestábamos contra los salones de pintura, la Sociedad de Escritores, los Institutos Culturales, los diarios El Mercurio y La Nación, y no se libraba ni Neruda con su Club de la Bota en el Bar Alemán de Valparaíso.
Nelson escuchó atentamente la canción. Había un verso que decía: «Porque yo nací pobre y siempre tuve un miedo inconcebible a la pobreza». El Capitán Osorio fue escueto: «Mira -dijo- en primer lugar tú no naciste pobre; en segundo lugar los pobres no le tienen miedo a la pobreza, le tienen rabia, cosa harto diferente». Modifiqué la letra y allí quedó de alguna manera estampada mi condición de clase: la mediana burguesía, la misma de la cual saldría toda la Nueva Canción chilena.
Alguna vez pensé en la conveniencia de grabar un disco con las canciones dedicadas a Valparaíso, pero hay varios inconvenientes. Para empezar desconozco todas las canciones dedicadas al Puerto. Sin duda una verdadera antología daría para una cantata, o mejor, una ópera (teniendo en cuenta especialmente las canciones satíricas de Payo Grondona quien, si bien no le ha dedicado al Puerto una canción global, es autor de estampas porteñas de fino y eficaz ojo periodístico); luego, hay canciones muy difíciles de interpretar aunque uno se identifique con la letra, como es el caso de Valparaíso en la noche, de Ángel Parra; otras cuyo texto es tan personal y complicado quedaría para un estudio lingüístico o semiótico (que un día haré), como es el caso de Valparaíso, de Patricio Manns, una especie de sueño cantado que contiene polvo de otoño, ardor transido de sal, espermas frutales, hondas colmenas en agraz, pan severo, olores inciertos y anclas impotentes, elementos todos de un puerto invisible que resulta ser Celestino. O bien, Valparaíso de Desiderio Arenas, en donde hay besos feroces de amantes que naufragan, sarcasmos gentiles, cuchillos que bostezan y hasta un tren que se busca a sí mismo. Canciones por cierto dignas de ser cantadas e interpretadas (especialmente en seminarios en muchas universidades del mundo que se interesan a fondo por la Nueva Canción), pero con las cuales no me he atrevido aún. Por último, hay otras que he intentado en vano reconstruir, como un bello vals escuchado a lo largo de mi infancia y que comenzaba con estos versos sugerentes: «En los cerros de Valparaíso / siempre hay algo que invita a soñar».
Por otra parte la sola serie de cuecas tristes, alegres, picaras, de guapos y políticas que ha producido el Puerto daría para una antología de varios discos (agregando otra vez a Payo Grondona y sus estupendas cuecas conversadas, grabadas hace años con la gentil colaboración de Isabel Parra, aunque, para decir verdad, por el lenguaje no son tan sólo porteñas, sino nacionales); además, si se sale del ámbito puramente nacional, habría que saber cantar bien en francés y hasta en sueco ya que Sven Bertil Taube tiene una canción preciosa dedicada a «Rosita, chilenita», una puta del Puerto de aquella que los marineros besan y se van y que es lo único que logro entender en la letra. Una de las canciones francesas dice que en el puerto faltan caballeros; yo creo que faltan marineros con agallas, de aquellos que cierta vez se tomaron la flota entera y en pie de guerra produjeron lo que Patricio Manns llama en forma tan bella: «la posibilidad de un acorazado Potemkim elevado al cubo».
Pero vamos a las canciones. He elegido un puñado de varios autores y diversas épocas y comenzaré por una de las que creo más antiguas en la Nueva Canción: Valparaíso en la noche, de Ángel Parra. Es verdad que mi texto es anterior, pero Ángel compuso su canción de una sola vez y ya la cantaba hacia 1965. Además la grabó acompañado por violoncello -instrumento muy adecuado a la nostalgia de los puertos- y con ello se transformó en el precursor del uso de ese bello sonido en la Nueva Canción. 



                                   Versión de Osvaldo Gitano Rodríguez

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