Fuente: De poetas y cantores
Hacia
fines de 1961 Nelson Osorio me pidió un poema sobre el Puerto. Organizaba una
muestra de poesía ilustrada: «Diez poetas y diez pintores». Me tocó como
compañero gráfico Hans Scholbach, pero también participó en la tarea el
pintor Jorge Osorio Tejeda quien dibujó con hermosa letra sobre la mitad del
cuadro de Hans mi poema Valparaíso.
Luego de
la exposición, el cuadro quedó colgado casi diez años en uno de los muros de
mi casa, hasta que llegó Thiago de Mello, lo estuvo observando largo rato y
dijo: «Esto es una canción». Eso fue por el año sesenta y nueve; entonces le
puse la música.
Uno de
los primeros en oír el poema cantado fue el propio Osorio, lo que produjo una
crítica fundamental. En aquel tiempo éramos todos discípulos suyos. Su
tertulia en Quilpué era muy frecuentada. En el Puerto campeaba en el
Pedagógico y en el Roland Bar junto a Luis Iñigo Madrigal. Fundamos la
revista Piedra y
desde ella repartíamos pedradas al arte oficial. Nos manifestábamos contra
los salones de pintura, la Sociedad de Escritores, los Institutos Culturales,
los diarios El Mercurio y La Nación, y no se libraba ni Neruda con su Club de la Bota en el Bar
Alemán de Valparaíso.
Nelson
escuchó atentamente la canción. Había un verso que decía: «Porque yo nací
pobre y siempre tuve un miedo inconcebible a la pobreza». El Capitán Osorio
fue escueto: «Mira -dijo- en primer lugar tú no naciste pobre; en segundo
lugar los pobres no le tienen miedo a la pobreza, le tienen rabia, cosa harto
diferente». Modifiqué la letra y allí quedó de alguna manera estampada mi
condición de clase: la mediana burguesía, la misma de la cual saldría toda la
Nueva Canción chilena.
Alguna
vez pensé en la conveniencia de grabar un disco con las canciones dedicadas a
Valparaíso, pero hay varios inconvenientes. Para empezar desconozco todas las canciones dedicadas
al Puerto. Sin duda una verdadera antología daría para una cantata, o mejor,
una ópera (teniendo en cuenta especialmente las canciones satíricas de Payo
Grondona quien, si bien no le ha dedicado al Puerto una canción global, es autor
de estampas porteñas de fino y eficaz ojo periodístico); luego, hay canciones
muy difíciles de interpretar aunque uno se identifique con la letra, como es
el caso de Valparaíso en la noche, de Ángel Parra; otras cuyo texto es tan personal y complicado
quedaría para un estudio lingüístico o semiótico (que un día haré), como es
el caso de Valparaíso, de Patricio Manns, una especie de sueño cantado que contiene
polvo de otoño, ardor transido de sal, espermas frutales, hondas colmenas en
agraz, pan severo, olores inciertos y anclas impotentes, elementos todos de
un puerto invisible que resulta ser Celestino. O bien, Valparaíso de Desiderio Arenas,
en donde hay besos feroces de amantes que naufragan, sarcasmos gentiles,
cuchillos que bostezan y hasta un tren que se busca a sí mismo. Canciones por
cierto dignas de ser cantadas e interpretadas (especialmente en seminarios en
muchas universidades del mundo que se interesan a fondo por la Nueva
Canción), pero con las cuales no me he atrevido aún. Por último, hay otras
que he intentado en vano reconstruir, como un bello vals escuchado a lo largo
de mi infancia y que comenzaba con estos versos sugerentes: «En los cerros de
Valparaíso / siempre hay algo que invita a soñar».
Por
otra parte la sola serie de cuecas tristes, alegres, picaras, de guapos y
políticas que ha producido el Puerto daría para una antología de varios
discos (agregando otra vez a Payo Grondona y sus estupendas cuecas
conversadas, grabadas hace años con la gentil colaboración de Isabel Parra,
aunque, para decir verdad, por el lenguaje no son tan sólo porteñas, sino
nacionales); además, si se sale del ámbito puramente nacional, habría que
saber cantar bien en francés y hasta en sueco ya que Sven Bertil Taube tiene
una canción preciosa dedicada a «Rosita, chilenita», una puta del Puerto de
aquella que los marineros besan y se van y que es lo único que logro entender
en la letra. Una de las canciones francesas dice que en el puerto faltan
caballeros; yo creo que faltan marineros con agallas, de aquellos que cierta
vez se tomaron la flota entera y en pie de guerra produjeron lo que Patricio
Manns llama en forma tan bella: «la posibilidad de un acorazado Potemkim
elevado al cubo».
Pero
vamos a las canciones. He elegido un puñado de varios autores y diversas
épocas y comenzaré por una de las que creo más antiguas en la Nueva
Canción: Valparaíso en la noche, de Ángel Parra. Es verdad que mi texto es anterior, pero
Ángel compuso su canción de una sola vez y ya la cantaba hacia 1965. Además
la grabó acompañado por violoncello -instrumento muy adecuado a la nostalgia
de los puertos- y con ello se transformó en el precursor del uso de ese bello
sonido en la Nueva Canción.
Versión de Osvaldo Gitano Rodríguez
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