domingo, 29 de marzo de 2015

El marino que encontró una iglesia



A fines del siglo XIX, un devoto marino español, de quien solo nos resta su apellido: Casanova, tuvo un premonitorio sueño que día a día se fue transformando en una obsesión.
Una noche, soñó que se le aparecía Jesús y le ordenaba buscar una iglesia blanca que sustentaba un gran crucifijo en su torre y allí hiciera penitencia hasta sus últimos días. Tuvo entonces, la exacta visión de la blanca iglesia con el crucifijo en la torre, tan claramente la vio que logró conocerla de memoria en sus más mínimos detalles.
Lentamente pasando los años, largos años de navegar y navegar en busca de la Iglesia de la visión en la que Jesús le ordenaba hacer penitencia. El Mediterráneo, el Atlántico y el Pacífico lo vieron pasar sin que le fuera posible encontrar la blanca Iglesia. En cierta ocasión, la nave en que trabajaba el marino español, recaló en el Puerto de Valparaíso, solo accidentalmente, y cual sería su sorpresa cuando durante una breve incursión por la ciudad en busca de provisiones, se encontró frente a frente con la soñada Iglesia.
Al verla, el marino cayó de hinojos visiblemente impresionado. Una fuerza misteriosa lo había puesto de rodillas y una luz blanquísima lo enceguecía haciéndolo dudar si estaba vivo o muerto, si había visto realmente su iglesia o si nuevamente soñaba. Poco a poco fue recuperando la vista, frente a él se elevaba grandiosa, la Iglesia Matriz de Jesucristo El Salvador de Valparaíso. Allí estaba sustentando, en su torre de madera, el gran Crucifijo que Jesús le indicara para reconocerla. Allí estaba, con sus albos muros y su gran techo de tejas rojas. Su peregrinaje había terminado.
No volvió al barco. Nadie logró convencerlo para que volviera a ocupar su puesto en la nave que lo esperaba en el puerto, la que, finalmente debió partir sin él.
Casanova se quedó en Valparaíso, extraño lugar que "soñara" en otro continente y que había rastreado a través de todos los mares y puertos. Felizmente, el marino español, además de su oficio, conocía el de zapatero y en una pequeña pieza, donde podía ver la fachada de "Su" Iglesia, comenzó a desempeñarse como remendón. Trabajaba duro todas las tardes y durante las mañanas -desde muy temprano- se dedicaba a hacer penitencia, orando tal como Jesús se lo ordenara en su sueño.
Un antiguo párroco de "La Matriz" recuerda haberlo visto -en sus años de seminarista- ingresar a la blanca Iglesia y dedicarse a su matutina penitencia. Años más tarde, Casanova, el marino español, exhibía una larga barba blanca y una espalda curvada por los años, aún así sobresalía entre los diarios penitentes de la Parroquia por su constancia y por el fervor de su rezo.
Esta es la humana historia de increíbles facetas, del marino español que encontró una iglesia.


                                                                               Fuente: Relatos y leyendas de Valparaíso

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