A fines
del siglo XIX, un devoto marino español, de quien solo nos resta su apellido:
Casanova, tuvo un premonitorio sueño que día a día se fue transformando en
una obsesión.
Una
noche, soñó que se le aparecía Jesús y le ordenaba buscar una iglesia blanca
que sustentaba un gran crucifijo en su torre y allí hiciera penitencia hasta
sus últimos días. Tuvo entonces, la exacta visión de la blanca iglesia con el
crucifijo en la torre, tan claramente la vio que logró conocerla de memoria
en sus más mínimos detalles.
Lentamente
pasando los años, largos años de navegar y navegar en busca de la Iglesia de
la visión en la que Jesús le ordenaba hacer penitencia. El Mediterráneo, el
Atlántico y el Pacífico lo vieron pasar sin que le fuera posible encontrar la
blanca Iglesia. En cierta ocasión, la nave en que trabajaba el marino
español, recaló en el Puerto de Valparaíso, solo accidentalmente, y cual
sería su sorpresa cuando durante una breve incursión por la ciudad en busca
de provisiones, se encontró frente a frente con la soñada Iglesia.
Al
verla, el marino cayó de hinojos visiblemente impresionado. Una fuerza
misteriosa lo había puesto de rodillas y una luz blanquísima lo enceguecía
haciéndolo dudar si estaba vivo o muerto, si había visto realmente su iglesia
o si nuevamente soñaba. Poco a poco fue recuperando la vista, frente a él se
elevaba grandiosa, la Iglesia Matriz de Jesucristo El Salvador de Valparaíso.
Allí estaba sustentando, en su torre de madera, el gran Crucifijo que Jesús
le indicara para reconocerla. Allí estaba, con sus albos muros y su gran
techo de tejas rojas. Su peregrinaje había terminado.
No
volvió al barco. Nadie logró convencerlo para que volviera a ocupar su puesto
en la nave que lo esperaba en el puerto, la que, finalmente debió partir sin
él.
Casanova
se quedó en Valparaíso, extraño lugar que "soñara" en otro
continente y que había rastreado a través de todos los mares y puertos.
Felizmente, el marino español, además de su oficio, conocía el de zapatero y
en una pequeña pieza, donde podía ver la fachada de "Su" Iglesia,
comenzó a desempeñarse como remendón. Trabajaba duro todas las tardes y
durante las mañanas -desde muy temprano- se dedicaba a hacer penitencia,
orando tal como Jesús se lo ordenara en su sueño.
Un
antiguo párroco de "La Matriz" recuerda haberlo visto -en sus años
de seminarista- ingresar a la blanca Iglesia y dedicarse a su matutina
penitencia. Años más tarde, Casanova, el marino español, exhibía una larga
barba blanca y una espalda curvada por los años, aún así sobresalía entre los
diarios penitentes de la Parroquia por su constancia y por el fervor de su
rezo.
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